San José en el Carmelo

Las palabras que encontramos en los evangelios, alma y fuente de la auténtica teología josefina, sobre San José son pocas, pero tan graves y densas de contenidos laudatorios de San José que basta el discurso de la razón para sacar de ellas, sin forzarlas, la grandeza singular y única del glorioso Patriarca. El Evangelio nos revela que San José es esposo virginal de María, la Madre de Dios, que es el padre virginal y matrimonial de Jesús, que es el hijo de David, de la casa de David, que impone el nombre a Jesús; que es artesano y hombre justo, con toda la carga que este término bíblicamente encierra; a quien Dios revela por ministerio de los ángeles el Misterio de la Salvación y pide su consentimiento para introducir a su Hijo en el mundo; el Evangelio nos relata la total disponibilidad y sin reservas con que acoge los planes de Dios sobre los Tres, llevados a cabo entre mil dificultades y contratiempos; Jesús le está sujeto y obedece; convive con Jesús y María familiarmente y los ayuda en condición de esposo y padre en momento de prueba y persecución.

            Al igual que de la maternidad de María sacan los teólogos todas las grandezas y virtudes de María, de la condición de Esposo de María y Padre de Jesús deducen para San José toda su grandeza y singulares virtudes. Así lo hacen los santos, los teólogos y los predicadores. Los designios de Dios de salvación de la humanidad pasan por manos de José, predestinado por el Señor para ser esposo de María, porque la salvación tenía que venir de una Virgen desposada con un hombre llamado José.

            Estableciendo el principio de que cuando Dios elige a una persona para un ministerio determinado la dota suficiente y abundantemente de todas las condiciones y gracias necesarias y convenientes para llevarlo a cabo, coligen las condiciones naturales y las gracias sobrenaturales de San José para ser Esposo de María y Padre de Jesús. Y así, teólogos y predicadores, en su mayoría, no dudan en afirmar que San José fue santificado en el seno de su madre, que le fue borrado el fomes peccati, la inclinación al pecado, que tenía hecho el voto de virginidad, que la abundancia de gracias y dones naturales y sobrenaturales le colocan muy por encima de todos los ángeles y santos, siendo él solo y singular en su categoría de santidad por pertenecer al orden hipostático, muy semejante a la Virgen María –animam quam simillimam, que dijo San Bernardino de Siena-, porque el matrimonio de José y María lo preparó y realizó el Espíritu Santo, aunque salvando siempre las diferencias entre ellos.

            Estas gracias y virtudes necesariamente tuvieron que desarrollarse poderosamente al contacto continuo y de años con Jesús y María, porque cuanto más cerca está uno del fuego más se calienta, y cuanto más cerca de la fuente más abundantemente bebe de ella. Si la presencia pasajera de Jesús y María llenó del Espíritu Santo una casa, la de Isabel, ¿qué no hará una presencia tan continua e íntima de Jesús y de María? Aumento continuo de gracia que le llevó a tal altura que San José está en cuerpo y alma en el cielo, junto al trono de su Hijo, a quien sigue mandando con sus ruegos, que por eso es ayuda en todas las necesidades de cuerpo y alma y tan poderosamente.

San José en el Carmelo

A pesar de esta grandeza única de San José, su culto público comienza tarde en la Iglesia. San José quedó silenciado en los primeros siglos de la Iglesia, como silencioso fue siempre él -el Santo del silencio-, de quien la Escritura no nos conserva una sola palabra En las iglesias orientales, las más madrugadoras, hacia el siglo VIII. Del siglo IX se conserva una colección de himnos que la Iglesia griega hacía cantar los días dedicados al Santo Patriarca, el domingo anterior y posterior a la Navidad y el 26 de diciembre, en los que se califica a San José como Portador de Dios, Deífero, y Guardián de la Virgen sin mancilla y su Protector y se le pide que se acuerde de nosotros junto con María.

            En la Iglesia de occidente no aparece el culto público de San José de una manera generalizada hasta el siglo XIV. En algunas iglesias particulares y en algún martirologio del siglo IX encontramos memoria de San José, pero hasta el siglo XV no se generaliza. En este siglo San José aparece en todo su esplendor.

            San José en el Carmelo entra desde los orígenes de la Orden. No en vano el Carmelo es flor plantada, nacida y desarrollada en Palestina, la tierra de José. El Carmelo nace acunado por María y José. Desde sus orígenes derrama fuertes aromas josefinos junto a los marianos. Y si no es cierto lo que se ha escrito, que “cuando los carmelitas, huyendo de la persecución de Oriente, se refugiaron en Occidente, nos trajeron la fiesta de San José”,[1] es innegable que la devoción a San José a nivel personal y local, se vivía desde la venida de los carmelitas a Europa, si bien la fiesta del Santo Patriarca, a nivel de Orden, no aparece sino en la segunda mitad del siglo XV. La presencia de San José en la vida del Carmelo la atestiguan los libros litúrgicos. “Las fiestas litúrgicas comprueban abundantemente la universalización del culto de San José durante la segunda mitad del siglo XV”.[2] Y ya sabemos que la lex orandi est lex credendi. En la liturgia se expresan la fe y los contenidos de esa misma fe. Los carmelitas fueron los primeros que en la Iglesia latina compusieron un oficio enteramente propio en honor de San José que aparece en el Breviario impreso en Bruselas en 1450 y en ediciones sucesivas y es, sin duda, el que leía la Santa Madre Teresa de Jesús en la Encarnación en la fiesta de San José. El P. Xiberta lo reproduce en el artículo citado, p. 310-315. Las lecturas están tomadas de Pedro de Ailly. “Este oficio no solamente es el más antiguo monumento elevado en la Iglesia latina a la gloria de San José sino también, seguramente, el cántico más hermoso que jamás le fue consagrado. Todas sus partes, desde la primera antífona hasta la última nos representan al Santo en todo el esplendor de su gloria”.[3] En él San José aparece como varón padre virginal, guardián de la virginidad de María, padre nutricio del Hijo de la Madre, desposado con María con quien forma un matrimonio feliz por la fe, el sacramento y la prole bendita; receptor del misterio de la Encarnación y que tiene los reinos de la vida; hombre justo, lleno de vida teologal y de todas las virtudes, creyó más ciegamente que Abraham, que conversa familiarmente con los ángeles, obedecido por María, la Reina de los ángeles y por Jesús, Rey de Reyes y Señor del mundo; familiaridad con Jesús y María, cuidador de la salvación de los hombres, como María labe carens. Frase en la que algunos han visto la afirmación de su carencia de pecado original.[4]

            Esta fe y contenidos la encontramos también en expresiones breves, pero densas, de autores y maestros del Carmelo. Arnoldo Bostio (+ 1499), al recoger que a San José la Orden del Carmen le venera con devoción afectuosa y celebra sus fiestas con culto muy solemne, lo califica de “virgen integérrimo, tutor y nutricio del eterno Dios, ecónomo y vicepadre diligentísimo, esposo predilecto de María, como ella, solicitísimo por la salvación de todos y perfecto en toda virtud”.[5] Palabras que parecen tomadas del oficio divino en honor de San José.

            El B. Bautista Mantuano (1448-1516), celebre poeta latino, compuso unos magníficos himnos en honor de San José,[6] la mayoría en episodios que se refieren conjuntamente a María y José, en su obra Fastorum libri XII y en su Parthenice I, y es a su vez testimonio de la solemnidad con se celebraba la fiesta de San José a principios del XVI, presentándola como tradicional.[7] En un himno afirma que del hecho de ser de sangre real y el único a quien Dios pudo encomendar la virginidad santísima de María y la infancia de la Prole divina se deduce cuánta fue su integridad, que Dios no vio en él ningún vestigio de pecado. Dios le dotó de todo lo necesario para custodiar y proteger a la Prole divina a él encomendada. Y le pide que, glorificado, nos mire e imparta a toda Italia y nuestras casas su bendición tan deseada. En ellos expresa la fe y creencias de los carmelitas en el santo Patriarca.

            En Santa Teresa

            Santa Teresa bebió la devoción a San José en su casa (V 1,1) y especialmente en el convento de la Encarnación, donde esta devoción aparece pujante, viva y proselitista. Fue siempre muy devota del Santo Patriarca. Expresión de esta devoción fue el encomendarse a él en la gravísima enfermedad que la tuvo al borde de la muerte. Y la curación milagrosa de la enfermedad por medio de San José fue un hito en el desarrollo de su devoción josefina que llegó a convertirse en una verdadera experiencia relacional, amical, filial con su Padre y Señor San José que alcanzó cimas místicas. La lista de los santos de su devoción, encontrada en el Breviario –34-, está encabezada por nuestro Padre San José. Una devoción, hecha experiencia, que es un compuesto de afecto, entrega, veneración, confianza, amor que le lleva a encomendarse muchas veces a él y vivir con él. Y en esta diaria vivencia josefina, vivida con más intensidad en momentos de dificultad espiritual o corporal, se da cuenta de que ha elegido a un santo lleno de bondad y de poder, experimenta que se relaciona con un Padre y Señor. Vio claro, tuvo por experiencia como otras personas, a quienes ella se lo recomendaba lo sabían también por experiencia, la benéfica y universal ayuda con que San José le correspondía, sacándola con más bien que ella sabía pedir.

            A todas las monjas de la Encarnación era notorio que Teresa de Ahumada era devotísima de San José y pegaba su devoción. La devoción grandísima de Santa Teresa a San José es un dato encarecidamente recordado por bastantes testigos en los procesos de su beatificación. Basta leer el capítulo 6 de su Vida para darse cuenta hasta dónde llegaba esta devoción. El P. Gracián, que la conoció tan bien por confesarse con él muchos años, afirma de su devoción a San José:

“Entre las almas que he conocido más devotas de San José fue una la Madre Teresa de Jesús, natural de Avila, de noble linaje, fundadora en la tierra de promisión que es la Iglesia, de monasterios de San José de carmelitas descalzas… y con la devoción de este Santo venció muchas dificultades y ha hecho milagros en vida y en muerte.”[8]

            Esta devoción alcanza cotas altísimas en la fundación del primer monasterio de san José de Ávila, “que parece imposible haberse labrado si este glorioso Santo no hubiese puesto las manos en estas fábricas”.[9]

            Y todo esto se desarrolla en un ambiente “sobrenatural” en la terminología de la Santa Madre, es decir, místico. Las relaciones devocionales de Santa Teresa con San José se desenvuelven en un ambiente de gracias místicas. Esto sucede cuando Santa Teresa comenzó a tener una manera nueva de experimentar las realidades sobrenaturales; también la devoción a San José queda suave y fuertemente tocada de esos vientos místicos que han entrado en su alma.[10] Basta leer las gracias místicas que recibe de San José con ocasión de la fundación del primer monasterio: Vida, 32,11;33,12; 33,14;36,8-11.

            La vida de Santa Teresa se desarrolla bajo el signo de San José. La experiencia de San José, su Padre y Señor, se prolonga a lo largo de toda su vida, le ayuda y salva en todas sus necesidades corporales y espirituales. Como dice Isabel de la Cruz: “Era particularmente devota de San José y he oído decir que se le apareció muchas veces y andaba a su lado”.[11] El P. Gracián escribe:

“Otras muchas cosas pudiera decir que han acaecido a esta misma Madre con el glorioso San José, y las sé por haberla confesado y sido su prelado mucho tiempo”.[12]

            En la enorme contradicción exterior e interior que sufre Santa Teresa -una verdadera agonía- en la fundación de San José de Avila, la Santa suplica a su Padre San José que la trajese a su casa -el convento es la casa de San José- y está muy contenta de que se le ofreciese algo en qué padecer por él y le pudiese servir.[13] Para Santa Teresa el verdadero Fundador del primer convento y de la Reforma que ella llevó a cabo es San José. Las palabras del P. Gracián son terminantes:

“…y por esta causa, según escribe el doctor Ribera, puso sobre la portería de todos sus monasterios que fundó a nuestra Señora y al glorioso San José; y en todas las fundaciones llevaba consigo una imagen de bulto de este glorioso Santo, que ahora está en Avila, llamándole fundador de esta Orden. Los cuales que profesan esta regla de carmelitas descalzos reconocen por fundador de esta reformación al glorioso San José, con cuya devoción la fundó la Madre Teresa, así como toda la religión del Carmen reconoce por fundadora a la sacratísima Virgen María”[14] Como pruebas más externas de la devoción de Santa Teresa a San José, expresiones de la intimísima vida interior con San José en el fondo de su espíritu, podemos indicar éstas:

– La titulación de sus monasterios con el título de San José. Para Santa Teresa todos los conventos que va fundando, como el primero de Ávila, son la casa de San José. Por eso procura que la mayoría lleve su nombre. De los diez y siete palomarcitos de la Virgen que fundó, once llevan el título de San José, con la particularidad que al de Segovia y Sevilla se nombran del glorioso San José del Carmen, el de Beas de Segura del glorioso San José del Salvador y el de Palencia del glorioso San José de nuestra Señora de la Calle y el de Burgos, el Benjamín, el del glorioso San José de Santa Ana.

– La imagen de San José en sus fundaciones. Si no todas las fundaciones de San José llevan el título de San José, no hay ninguna donde no esté presidiendo y amparando la imagen del Santo Patriarca: San José en una puerta. Es notable a este respecto el dato de que llevaba consigo en todas sus fundaciones una imagen de bulto de San José que recibía el título de “San José del Patrocinio” y, cundo el P. Pedro Fernández la nombró Priora del convento de la Encarnación en 1571 y ella supo de la terrible negativa de la mayoría de las monjas a recibirla, llevó consigo esta imagen y el día de la toma de posesión, al tiempo que colocaba la imagen de la Virgen en la silla prioral, como Priora del monasterio, acomodó la de San José en la subprioral, como subprior. Esta imagen luego le parlaría todo lo que las monjas hacían, que por eso se le llamó el Parlero, y de tanto hablar quedó con la boca abierta milagrosamente.[15]

No quiere que falte mucho tiempo la imagen de San José en ninguno de sus conventos, son las casas de su Padre y Señor, por eso en la fundación de Burgos, el médico Antonio Aguiar, amigo del P. Gracián, hace notar que, al no encontrar una imagen del santo, hizo reparar por mano de un pintor un santo antiguo para que representase a San José.[16] A Diego de Ortiz, fundador del convento de Toledo, le escribe “no se descuide tanto de poner a mi Señor San José en la puerta de la Iglesia”.[17]

– La celebración de las fiestas de San José que procuraba hacer con toda la solemnidad que podía:[18] con música y sermón, con volteo de campanas y galanura de flores y nubes de perfumes de incienso y mirra, -que así se celebraba la fiesta de San José en las iglesias de la Orden, según el B. Juan Bautista Mantuano.[19] En sus Constituciones dejó prescrito: “Los domingos y días de fiesta se cante Misa, Vísperas y Maitines. Los días primeros de Pascua y otros días de solemnidad podrán cantar Laudes, en especial el día del glorioso San José” [20]

Pero es, sobre todo, la intimísima vida interior que vive con San José, en unión de la que vive con Jesús y María, ya que no comprende que se los pueda separar.[21] Toda la vida interior de Santa Teresa es obra de San José. Escribe el P. Gracián, que tan bien la conocía, exponiendo y aplicándole las palabras del Génesis: Filius acrescens, Joseph, filius acrescens (Gn 49,22), de las bendiciones de todo género con que la enriqueció el Señor, concluye: “Todas estas bendiciones (de naturaleza y de gracia) le vinieron por la verdadera devoción de San José, esposo de la Virgen María, que siempre tuvo en su alma”[22]

  En el Carmelo teresiano

            La devoción a San José en el Carmelo teresiano va esencialmente unida a Santa Teresa de Jesús. Es una de las herencias más ricas y características que Santa Teresa legó a sus hijos. Y lo hizo en fuerza de su experiencia de San José como Fundador y como fruto maduro de la misma. Asoció esencialmente a San José a su obra. San José forma parte del carisma teresiano. Si carisma es una experiencia del Espíritu… Santa Teresa tiene experiencia mística de San José como la tuvo de Jesucristo y de la Virgen María y en unión con ellos. No se comprende el Carmelo teresiano sin San José, sin la experiencia josefina de Santa Teresa. Como escribe un autor: “Si, como dicen los curiosos investigadores de los secretos de la naturaleza, `los hijos salen a las madres´, a nadie parecerá paradójico lo que, confidencialmente, le voy a decir: que el ser hijo de la seráfica Santa Teresa y devoto de San José, ser carmelita y defender y propugnar la gloria del Santísimo Esposo de la Virgen Santísima, son conceptos sinónimos y cualidades hasta cierto punto simpáticas y mutuamente unidas, que no se pueda ni deba darse una sin la otra”.[23]

            El Carmelo teresiano desde el principio tomó esta parte del carisma teresiano y ha tratado de vivirlo y enriquecerlo, tanto a nivel de Institución como a nivel de personas. De hecho, como recoge el P. Gracián, “los que profesan esta Regla, carmelitas descalzos, reconocen por Fundador de esta Reforma al glorioso San José, con cuya devoción los fundó la Madre Teresa, así como toda la Religión del Carmen reconoce por fundadora a la Santísima Virgen María”.[24] Y el primero el mismo Gracián, que, aleccionado por Santa Teresa, cobró una grande devoción al Santo Patriarca y expresión de ella es el libro de la Josefina, escrito a petición de la Cofradía de Carpinteros de Roma y que ha tenido una enorme difusión e influencia.[25]

            Entre las muchas maneras de demostrar y vivir el carisma josefino está el hecho de proclamar a San José Patrono de la Provincia en el primer capítulo que los Descalzos celebraron en Alcalá en 1581, como Provincia a parte e independiente.[26] Proclamación que irá repitiendo en Capítulos posteriores, de 1583, 1585, 1587. En el de 1588, celebrado en Madrid, la Provincia se dividió en cinco provincias y se da el título de San José a la de la Corona de Aragón. “La gloriosísima Virgen y su bendito Esposo el santo Josehp, a quienes nuestra santa Religión tiene por particulares patronos y abogados” se lee en la Instrucción de novicios de 1591. Y a finales del siglo siguiente escribe el P. Juan de la Anunciación, glorioso General de la Congregación de España y el más celebre de los autores del Cursus Salmanticensis de Teología, historiando la fundación de San José de Avila: “púsose el Santísimo Sacramento; dedicóse la iglesia a N. P. San José, que por aquel principio es Patrón y Protector de nuestra Reforma… El convento de San José de Avila es el principio y el solar de todos los conventos de la Descalcez y principio y solar de la devoción josefina de los mismos”.[27]

La de llamar a San José Nuestro Padre San José, aprendido de Santa Teresa que le llama “mi verdadero Padre y Señor” (V 32,12;36,5-6; etc.), viniendo a fundar con ello “una escuela josefina de espiritualidad hasta entonces desconocida” como dice el P. Lucinio del SS. Sacramento.[28] Esta fórmula se encuentra repetida en documentos de toda índole, oficiales, litúrgicos y privados, en escritos históricos, doctrinales, espirituales y confidenciales y expresa la conciencia filial que tienen los carmelitas con relación a San José.

Y San José responde con gracias singulares, providenciales, milagrosas, con apariciones. Abundan a lo largo de los siglos y no cesan: hoy mismo somos testigos de esta especial protección de San José. Y esta ayuda singular se experimenta especialmente en el campo de la santificación y de las gracias particulares de la vocación al Carmelo y en la presencia y ayuda a bien morir.[29]

Otra manera de expresar la vivencia del carisma josefino es destacar la presencia de San José en la alta ascética y en la intimidad oracional contemplativa del Santo Patriarca, que en determinados sujetos llegó a una experiencia mística, como es el caso del V.P. Juan de Jesús María, el Calagurritano (1564-1615), que en la carta que escribe al dulcísimo José, “luz agradabilísima de mis ojos y amabilísimo consuelo mío”, respira teología, espiritualidad y alta mística.[30] Para el carmelita, San José es el dechado de su vida, especialmente por lo que se refiere a intimidad divina del trato con Dios, con Jesús.

En el noviciado se enseña y se inculca el amor a N.P. San José, que entre otras manifestaciones tuvo la práctica de la Esclavitud josefina en el noviciado de Pastrana, de la que existen varias fórmulas de consagración.[31]

A muchos conventos, tanto de frailes como de monjas, se les titula de San José y muchos religiosos y religiosas toman el apellido de San José al entrar en la Orden. Y costumbres devocionales josefinas, introducidas por Santa Teresa, se siguen celebrando aún en los conventos, especialmente de las monjas, y otras que se han ido introduciendo inspiradas en aquellas.[32]

Existen venerables y santos y santas carmelitas en quienes la devoción a San José está muy destacada, como la V. Isabel de Santo Domingo (1537-1623), devotísima de San José, la V. Teresita de Jesús (1566-1610), María de San José (Salazar) (1548-1603), la V. Ana de Jesús (Lobera) (1545-1621), la V. Ana de San Agustín (1555-1624), la B. Ana de San Bartolomé (1549-1626), la enfermera de Santa Teresa, la B. María de Jesús (1560-1640), el Letradillo de Santa Teresa, la V. Clara María de la Pasión (Colonna y Barberini) (1610-1675), singularmente devota de San José, la B. María de los Ángeles (1661-1717), Santa Teresita del Niño Jesús[33] (1873-1897), Isabel de la Trinidad (1880-1906), Teresa de los Andes (1900-1920),[34] la B. Maravillas de Jesús (1891-1974),[35] y tantas más, entre las monjas; el P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (1545-1614) con su Josefina, el V. P. Juan de Jesús María (1564-1615), el P. Tomás de Jesús (1564-1627), fundador del desierto de San José del Monte de las Batuecas, el P. José de Jesús María (Quiroga) (1562-1629), que escribió un libro sobre las Excelencias de San José, Esposo de María,[36] el P. Mons. José Antonio de San Alberto, Arzobispo de la Plata en Argentina (1727-1804), el B. P. Francisco Palau y Quer (1811-1872), fundador de las dos Congregaciones de Carmelitas misioneras teresianas y Carmelitas misioneras, el V. P. Juan Vicente de Jesús María (1862-1943),[37] entre los frailes.[38]

Como de la abundancia del corazón habla la boca, los conventos carmelitas teresianos -a sus iglesias se las llama iglesias de San José- se convierten en focos de devoción sentida a San José que esparcen sus resplandores en la comunidad eclesial y cada carmelita, es un propagandista y una propagandista de la auténtica devoción josefina, al vivir el carisma teresiano. Esta evangelización josefina es otra manera de expresar la vivencia del carisma.

Y esto lo llevan a cabo a través de una actividad apostólica múltiple. De una parte la íntima vida interior josefina, actividad casi exclusiva de las monjas; de otra la actividad exterior, tanto devocional como doctrinal.

 Sólo quiero referirme al aspecto de actividad apostólica exterior: liturgistas, predicadores y escritores que se han ocupado de San José. Son muchos y no voy a citarlos.[39] La afirmación de un escritor del siglo XIX, de que “los carmelitas de la Reforma dieron a luz multitud de obras sobre el culto de San José”,[40] tiene vigencia hoy mismo. Pero sólo quiero referirme a cómo esta proyección josefina, tan interesante y rica, se sigue realizando actualmente, amén de con libros sobre San José, con la publicación periódica de las revistas populares, la italiana Ite ad Joseph, nacida en el año 1912 en Loano, y El Mensajero de San José, fundada en 1954, en Valladolid, que llegó a tener 15.000 suscriptores, y, sobre todo con la Revista Estudios josefinos, de carácter científico, hoy única en su género en el mundo, que desde 1947 viene publicando ininterrumpidamente dos veces al año artículos y trabajos sobre San José, en los más variados aspectos, recogiendo entre ellos los siete simposios que se han celebrado sobre el Santo Patriarca, y viniendo a constituir por ello una valiosísima y riquísima enciclopedia, imprescindible para cualquiera que quiera estudiar seriamente a San José.[41]

Por esta múltiple proyección y evangelización josefina, llevada a cabo por los carmelitas, los hijos de Santa Teresa, esta, que lo es ya por sí misma, se ha convertido en la mayor propagandista y evangelista de la devoción josefina. Escribe un autor francés: “Los Papas encontraron un auxiliar poderoso para la propagación del culto de nuestro Santo en la célebre Reformadora del Carmelo. Gersón había hecho mucho por él, Teresa hizo mil veces más por sí misma, por los religiosos de su Reforma y por las religiosas de su Carmelo. San José le es deudor, sobre todo, de su gloria sobre la tierra”.[42]

BIBLIOGRAFÍA

AA.VV. San José y Santa Teresa, Est Jos. 18 (1963-4) 233-840. Es una colección de 17 artículos y resulta una enciclopedia josefino-carmelitana teresiana; AA.VV. Rivista de Vita Spirituale, 15 (1061) 244-479. Número dedicado a San José con siete artículos, textos de Papas, y testimonios de Santa Teresa, P. Gracián y José Antonio de San Alberto. LEÓN DE SAN JOSÉ, ocd, El culto de San José y la Orden del Carmen, Traducida del francés por un Carmelita descalzo, Barcelona, 1905, p. 206. Para una mayor información bibliográfica ver AMANCIO DE MARÍA, ocd, Bibliografía josefina de la Reforma Teresiana, Est. Jos. 18 (1964) 807-822. Para ver la contribución literaria de los carmelitas y carmelitas descalzos para promover la devoción a San José puede verse ROLAND GAUTHIER, Bibliographie sur saint Joseph et la sainte Familie, Centre de recherche et de documentation Oratoire Saint-Joseph du Mont-Royal, Montreal, 1999, p.1286-1288.

 

                                                                                        P. Roman Llamas OCD


[1] P: LEÖN, o.c. c.2, p. 42

[2] P. BARTOLOMÉ Mª XIBERTA, Flores josefinas en la liturgia carmelitana antigua, Est Jos. 18 (1963) 302

[3] P. LEÖN, o.c. c-3, p. 7

[4] Ver MANUEL GARRIDO, o.s.b. Asociación de la Virgen y de San José en la Liturgia, Est. Jos. 16 (1962) 174-75

[5] Apud XIBERTA, a.c.. P. 304

[6] SIMEÓN DE LA SGA. FAMILIA, Doctrina y devoción del Beato Bautista Mantuano a San José, Est. Jos. 28 (1974) 159-176

[7] Apud XIBERTA, a.c. p. 307

[8] Josefina, l.5,c. 4

[9] Josefina, l. 5, c. 4

[10] Cfr TOMÁS DE LA CRUZ, Da Santa Teresa a San Giuseppe. Devozione ed esperienza mistica, Rivista di Vita Spirituale, 15 (1961) 395-412

[11] BMC 18,31; cfr 18,36. Cfr BMC 18,396; 18,463

[12] Josefina, l. 5, c. 4

[13] Vida, 36,11

[14] Josefina, l. 5,c. 4

[15] MARÍA PINEL, Retablo de Carmelitas, EDE, Madrid, 1981, p. 59

[16] Dicho en el Proceso de Burgos, BMC 20,428

[17] Carta del 5.2.1571

[18] Vida 6,7

[19] Himno a San José en Fastorum libri XII, l. 3, día 19 de marzo, en Est. Jos 18 9!964) p. 319

[20] Cons. n. 3

[21] Vida 6,8

[22] Sermones. Declamación en que se trata de la perfecta vida y virtudes heróicas de la beata Madre Teresa de Jesús y de las fundaciones de sus monasterios. P. 2ª BMC 16, 493.

[23] ARNALDO DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, Solitarius loquens, I, Leodii, 1968, conf. 1, p. 126. El Maestro dominico Luis de Blanes escribe de la V. Leonor del SS. Sacramento, muerta en Valencia en 1694: “No fuera, pues, legítima hija de tan gloriosa Madre…, si faltase a la devoción de este santísimo Patriarca que, como tesoro soberano, heredan todas las hijas de aquel abrasado Serafín”. Resumpta breve de la penitente y virtuosa Vida de la V. M. Leonor del SS. Sacramento, Valencia, 1961, p. 114

[24] Josefina l. 5, c. 4

[25] Cfr. JOSÉ ANTONIO DEL NIÑO JESÚS, Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios y su “Sumario de las excelencias del glorioso S. Joseph, Esposo de la Virgen María” o “Josefina” (1597), Est. Jos. 31 (1977) 295-322.

[26] Cfr. MATÍAS DEL NIÑO JESÚS, Primer documento oficial del Patronato de San José sobre la Reforma Teresiana, Est. Jos. 18 (1863) 409-414

[27] Prontuario del Carmen, t.2,dial. 11, p. 497, Madrid, 1699.

[28] Paternidad espiritual de San José en la espiritualidad contemplativa del Carmelo teresiano, Est. Jos. 19 (1963) 418.

[29] Cfr LUCINIO, a.c, p. 424-430.

[30] V.P. JUAN DE JESÚS MARÍA, La teología mística, Presentación del Card. A. Ballestrero. Introducción del P. Giovanni Strina, ocd. Traducción al español: Juan Montero Aparicio ocd y Román Llamas ocd, p. 184-198.

[31] ISIDORO DE SAN JOSÉ, El josefinismo en el Carmelo teresiano, Est. Jos 18 (1963) 461-62, que trae varias formulas, Cfr. JOSÉ MARÍA FEROUD GARCÍA, La esclavitud josefina en los seminarios de antaño, Est. Jos. 18 (1963) 913-15.

[32] JOSÉ ANTONIO CARRASCO, Presencia de san José en los conventos fundados directamente por la Madre Teresa, Est. Jos. 18 (1964) 739-767.

[33] Cfr. JOSÉ DE JESÚS MARÍA, ocd, Presence de Saint Joseph chez Thérèse de Lisieux, Montreal, 1999, p. 1-33. El original español no ha sido publicado.

[34] Cfr. FÉLIX MALAX, Santa Teresa de los Andes. Vivencia y pensamiento, Monte Carmelo, Burgos, 1997, p. 669-72.

[35] Cfr. SIMEÓN DE LA SAGRADA FAMILIA, San José en la vida y espiritualidad de la Madre Maravillas de Jesús, O.C.D., Est. Jos. 47 (1993) 75-85. Se ha publicado en folleto aparte.

[36] Cfr. JUAN BOSCO DE JESÚS, La obra josefina del P. José de Jesús María (Quiroga), Est. Jos. 35 (1981) 129-162

[37] Cfr. ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ, El P. Juan Vicente de Jesús María, devoto y predicador josefino, Est. Jos. 52 (1998) 192-241

[38] Para una breve Vida de estos santos, ver AA. VV. Santos del Carmelo, Madrid, 1982, p.611 con su nota bibliográfica.

[39] Sobre este particular puede leerse el documentado artículo del P. ISIDORO DE SAN JOSÉ: El josefinismo de la Reforma teresiana, Est. Jos 18 (1963) 467-493

[40] Apud P. Isidoro, nota anterior, p. 476

[41] Cfr. ISIDORO DE SAN JOSÉ, San José en el Carmelo teresiano de nuestros días, Est. Jos. 18 (1963) 771-792

[42] LUCOT, Saint Joseph. Étude historique sur son culte, París, 1875, p. 53.

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