Meditación sobre el capítulo sexto del libro de la vida de Santa Teresa de Jesús

Sumario

1. San José en la órbita de Jesús y de María;  2. Su verdadero Padre;   3.  Su verdadero Señor; 4. San José, Maestro de oración; 5. Experiencia de santa Teresa; 6. Santa Teresa, evangelizadora de san José; 7. Santa Teresa evangeliza por medio de san José; 8. San José titular de sus fundaciones; 9.  Colocación de imágenes de san José y el Niño en las fachadas del convento o iglesia; Conclusión.

En muchos libros suele haber un capítulo que destaca por algún motivo especial. Eso pasa con el capítulo VI de la Vida de santa Teresa, el libro de las misericordias de Dios para con ella; es un panegírico breve, pero denso, sobre san José y su devoción profunda a él. Una exposición sencilla de una de tantas misericordias de Dios para con ella, que le regaló por medio del glorioso Patriarca. Sus palabras, al tiempo que enseñanza y doctrina, son un surtidor fontal de su profundísimo amor a san José, de devoción sincera y verdadera, de deshacimiento de un corazón divinamente agradecido y apostólico: quisiera persuadir a todos que fuesen muy devotos de este glorioso Santo,

Doctrinalmente santa Teresa condensa en dos páginas autobiográficas la doctrina que los predicadores de la época y los tratadistas explicaban con muchas páginas, con la ventaja de que las suyas son la exposición de unas experiencias y vivencias espirituales muy hondas y comprensivas.

Dado el momento vital y espiritual que está viviendo la Santa, en el que relee la historia de la salvación de su alma, lo que embarga su espíritu es la bondad inmensamente paternal y el poder singular y universal de san José para ayudar en todas las necesidades de alma y de cuerpo. Cuando santa Teresa redacta este capítulo ha sentido ya la mano paterna y poderosa de san José en momento cruciales de su vida y de su obra: curación milagrosa, fundación de san José, peligros del alma, momentos de prueba del Señor… Quiero recordar que santa Teresa escribe el libro de su vida, el de las misericordias de Dios sobre ella y esta de la devoción a san José es extraordinaria, en el 1564-1565. Le quedan todavía casi 20 años de vida, pues muere el año de 1582, en los que las gracias del Santo Patriarca se van a ir multiplicando. Lo experimenta su glorioso Padre y Señor suyo.

1. San José en la órbita de Jesús y de María

En este capítulo nos encontramos con esta frase sencilla pero profunda: “Que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ellos” (en los trabajos) (V 6,8).

En esta frase sencilla santa Teresa encierra la mayor alabanza que se puede hacer de san José: que san José pertenece a la familia de Dios, que san José está asociado a Jesús y María en la obra de la redención de la humanidad.

Los teólogos nos hablan de la pertenencia de san José al orden hipostático, es decir, al orden de la gracia de la salvación y redención llevada a cabo por Cristo Jesús, un orden de gracia infinitamente superior al orden de la gracia ordinaria en la que nos movemos todos los cristianos. A este orden de por sí solo pertenece Jesucristo: Él solo pisó el lagar (Is 63,3 ), pero por pura gracia quiso asociar a ese orden a María por ser su Madre en la tierra y a san José por ser su padre, por su matrimonio con María. En los planes de Dios, en el Decreto eterno de la salvación de los hombres pecadores estaba escrito que Jesús para llevar a cabo la obra de la salvación y redención de los hombres tenía que nacer de una mujer virgen casada con un hombre llamado José de la casa de David. Y el nombre de la Virgen era María (Lc 1,27). Con estas palabras del Espíritu Santo nos declara el plan del Decreto eterno de la salvación. Esta es la familia de Dios en la tierra: Jesús, María y José, “la familia de Nazaret inserta directamente en el misterio de la Encarnación constituye un misterio especial. Y -al igual que en la encarnación- a este misterio pertenece también la verdadera paternidad; la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre. No es la suya una paternidad derivada de la generación, y, sin embargo, no es aparente o solamente sustitutiva, sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la persona divina del Verbo-Hijo Jesucristo… En este contexto está también asumida la paternidad humana de José” (RC 21)

Y si pertenece al misterio de la Encarnación, por eso mismo pertenece al misterio de la Redención porque entre ambos momentos existe una unidad indisoluble, no se pueden separar. “La Encarnación y la Redención constituyen una unidad orgánica indisoluble, donde el plan de la Redención se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí. Precisamente por esa unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció en el canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la Redención, se incluyera su nombre junto al de María y antes de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires” (RC 6).

Por eso santa Teresa no coloca a san José en la categoría de los otros santos sino en la de Jesús y María. San José, en este sentido, es un santo especial y único, como lo es la Virgen María. Como ella está muy por encima de todos los demás santos. Dice el teólogo Suárez (+1617), comparando a san José con los apóstoles: “Hay otros ministerios que se refieren al orden de la unión hipostática que por sí es más perfecto, como dijimos, al hablar de la dignidad de la Madre de Dios, y en este orden entiendo que fue constituido el misterio de san José, estando en el puesto ínfimo, y en este sentido excede a todos los demás, como existiendo en un orden superior. El oficio del santo Patriarca no pertenece al Nuevo Testamento, ni propiamente al Antiguo, sino al Autor de ambos y pieza angular que hizo de los dos uno” (In III p…q.29, n 2, dist 8, setc 1).

San José está por encima de todos los demás santos en santidad, gracia y privilegios por su pertenencia al orden hipostático, aunque sea en el grado ínfimo. Participa de las gracias y privilegios de la Virgen María. Dice san Juan Pablo II, citando la Encíclica de León XIII Quamquam pluries: “Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad -al que de por sí va unida la comunión de bienes- se sigue que si Dios ha dado a san José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no solo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase por medio del pacto conyugal de la excelsa grandeza de ella” (RC 20).

Por esa participación es el único santo con la Virgen María, su esposa, que ayuda en todas las necesidades de cuerpo y de alma, “que a otros santos parece les da el Señor gracia para socorren en una necesidad, a este glorioso santo tengo por experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tiene nombre de padre -siendo ayo-, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide” (V 6,6).

Solo san José con la Viren María es la omnipotencia suplicante. Todo lo puede y alcanza de su Hijo y del Padre de las misericordias. No le niegan nada de cuanto les pide.

Y así en las visiones con que el Señor agracia a santa Teresa, previas a la fundación del primer convento de san José de Ávila y originantes de la Reforma de los descalzos y de su carisma, aparecen juntos los tres: Jesús, María y José. Por eso es a san José, a ningún otro, a quien acude ella y el que intercede y actúa en dicha fundación. “Una vez en estando una necesidad que no sabía qué hacerme ni con qué pagar a unos oficiales, me aparece san José mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían que los concertase y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor por maneras que se espantaban los que lo oían me proveyó” (V 33,12).

Se lo acabamos de oír: San José, mi verdadero padre y señor. Son dos realidades del Santo con las que juega constantemente en este capítulo

2. Su verdadero Padre

Para santa Teresa, san José es su verdadero Padre. Para comprender todo el contenido de esta expresión, propia y característica de Jesús en sus relaciones con el Dios del cielo, quiero ir al libro del Camino de Perfección, escrito al mismo tiempo que el de la Vida. En el capítulo 27 nos pinta un retrato de la paternidad de Dios, comenzando con la exclamación que inicia el capítulo: “Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 24,35) ¡Oh señor mío, como parecéis Padre de tal Hijo, y como parece vuestro Hijo, Hijo de tal padre.”

Esta paternidad de Dios Padre es la que tiene sobre su Hijo Jesús. “¡Oh Hijo de Dios y Señor mío! ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? ¿cómo nos dais, en nombre de vuestro Padre, todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligaisle a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean nuestras ofensas, si nos tornamos a él, como el hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar, como lo ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, pues en él no puede haber sino todo bien cumplido y después de todo esto hacernos partícipes y herederos con Vos” (C 27;1-2) .

Es una prueba más de que Jesús está traspasado de su amor a su Padre del cielo, como lo vemos en el Evangelio. Ya cuando tenía 12 años les dice a sus padres, José y María, cuando le encontraron en el templo en medio de los doctores de la ley, después de tres días perdido: “¿No sabíais que tengo que estar en las cosas de mi Padre?” Y todas las oraciones que le dirige, todas son a su Padre y lo remata cuando en el momento de expirar se encomienda a él diciéndole: “Padre en tus manos entrego mi espíritu” y expiró (Lc 23,46).

Pues bien, toda esta carga de amor y de bondad que descubre desde su experiencia santa Teresa en la palabra Padre dirigida a Dios, la siente cuando llama Padre a san José, en cuanto puede ser participada esa Paternidad por un simple hombre. En él el Padre y el Espíritu Santo derramaron cuanto podía recibir san José de su paternidad, bondad y ternura. San José lo recibió y santa Teresa lo experimentó como padre buenísimo, desbordante de amor y ternura.

Santa Teresa experimenta una y otra vez ese Padre inmenso que es san José. San José es hechura del Padre y del Espíritu Santo para que fuera digno esposo de María y digno padre del Hijo de Dios y suyo por su matrimonio con María. El Padre y el Espíritu Santo derramaron en el corazón de José toda su bondad, toda su dulzura y afabilidad, toda su comprensión y compasión, toda su misericordia y ternura que es capaz de recibir un corazón humano, después de la Virgen María, para que pudiese y supiese tratar con esa inefabilidad de dones al Hijo de Dios y suyo, a su santísima esposa y madre de su hijo, y a los hijos de Dios, sus devotos, y toda esa maravilla de ternura y bondad la experimentó la Santa de parte de san José. Cuántas veces le diría: ¡Que bueno sois mi padre y señor san José! Y toda esa inmensidad de bondad y ternura la revela y atestigua en estas expresiones repetidas: Este padre y Señor (V 6,5), mi verdadero padre y señor (V 13,11), mi glorioso padre y señor san José (F pró. 5), glorioso padre mío san José (V 30,7), san José, mi verdadero padre y señor (V 33,12), mi padre glorioso san José (V 36,6), mi padre san José (V 33,14; 36,11, el glorioso padre nuestro san José (V 36,5). ¿Nos damos cuenta de la carga y apremio de bondad, de amor, de ternura que encierran estas expresiones, sobre todo leídas en su contexto, referidas al santo Patriarca, como expresión de las experiencias josefinas de santa Teresa? Hay que traer aquí lo que ella afirma de su padre, de su gran piedad y caridad (V 1,2, el tan demasiado amor que le tenía (V 2,7), que faltarme él era faltarme todo bien y regalo y se me arrancaba el alma cuando lo vía morir, porque le quería mucho (V 7,14). Son la añadidura de unas experiencias riquísimas de amor y de bondad que hacen más bellos y sentidos estos valores en relación con san José. Para santa Teresa su bondad, su misericordia y su ternura no tienen límite. Y porque lo cree y lo vive así, las siente en todo lo que le pide: pues no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo (V 6,6) ¡Que bueno es san José!

        Lo que afirma san Juan de la Cruz de un alma a la que da Dios en engrandecer lo podemos aplicar a san José con relación a santa Teresa de Jesús, salvando siempre las diferencias “¿Quién podrá decir hasta donde llega lo que Dios engrandece a un alma cuando da en agradarse de ella? No hay ni aún poderlo imaginar, porque en fin lo hace como Dios para mostrar quién es. Solo se puede dar a entender por la condición que Dios tiene de ir dando más a quien más tiene y lo que va dando es multiplicadamente.     De donde los mejores y principales bienes de su casa, esto es, de la Iglesia tanto militante como triunfante acumula Dios en el que es más amigo suyo” (CE 39,8). ¿Quién más amiga de san José que santa Teresa?

  3.  Su verdadero Señor

Señor es sinónimo de poder. Unido a Padre -mi Padre y Señor- significa que la bondad y ternura de Dios son omnipotentes. Este nombre de Señor se le da constantemente en las Escrituras a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo para significar su poder universal y único. De tantísimos lugares, escojo estos dos textos: No hay otro Dios fuera de mí, Dios justo y salvador… porque yo soy Dios y no existe ningún otro. Yo juro por mi nombre… que ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: Solo en Yahvé hay victoria y fuerza (Is 45,21-23). “Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgo el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Fil 2,9-11).

Paternidad y Poder omnipotente de san José podía ser el título de este panegírico escrito por santa Teresa desde su experiencia. En estas dos realidades pone toda su fuerza y argumentación para exaltar la grandeza de san José. No es como los demás santos que socorren en algunas necesidades, san José socorre en todas y siempre. Y en este aspecto san José es singular y único, socorre en todas las necesidades del cuerpo y del alma, su poder es omnipotente y universal y lo sabe por experiencia. A ella personalmente le ha alcanzado tantas mercedes y gracias. Si fue grande la merced que le hizo, curándola de aquella gravísima enfermedad que la puso a las puertas de la muerte, y la dejó tres años tullida, ha habido después otras necesidades mayores de honra y pérdida de alma de las que ese su padre y señor la sacó con más bien “Vi claro que así de esta enfermedad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con mas bien que yo le sabía pedir… Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo; de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma, que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que, como tenía nombre de padre -siendo ayo-, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide” V 6,6).

Con relación al socorro en todas las necesidades de cuerpo como de alma dice en el capítulo 7 de la Vida: “Oh válgame Dios, si hubiera de decir las ocasiones que en estos años Dios me quitaba y como me tornaba yo a meterme en ellas -en este capítulo narra cómo Dios le dio a entender que no quería que tratase con un caballero que iba a verla y a pesar de ese aviso volvió a estar con él en el locutorio y apareció un bicho a manera de sapo gordo, con lo que le dio Dios a entender que no le gustaba aquella amistad (n. 6 y 8)- y de los peligros de perder del todo el crédito que me libró” (V 7,18).

Y concretamente hay que hablar a este respecto del milagro de la fundación del primer convento de san José de Ávila, obra del mismo san José. Escribe el P. Gracián: “De la manera que el glorioso san José hizo milagro en la fábrica de este monasterio (de san José de Ávila) podría contar de otros muchos, así de frailes como de monjas, que parece imposible haberse labrado si este glorioso santo no hubiese puesto las manos en estas fábricas” (Josefina l, 5,c.4; BMC 16, p. 447).

Uno de los momentos en que san José le pide a santa Teresa la confianza en él es en el milagro de la fundación de san José de Ávila, el inicio de la Reforma. Ampliamente y con todo lujo de detalles puede verse esta historia en el P. Efrén, Tiempo y Vida de santa Teresa, P. 1. cp 9, p. 220-235).

Si en todas las fundaciones tuvo dificultades y contratiempos, las del primer convento fueron extraordinarias. El P. Ribera dice que cuando se enteró el pueblo de que se había fundado un nuevo convento, “revolviólo todo el demonio, de manera que a los principales del pueblo se les puso en la imaginación que si no lo deshacían, la ciudad se había de destruir. Y tomaron una ira grande y porfía, y comenzó el pueblo a alborotar” (Vida de la Madre Teresa, l.2, c. 4,p.142).

Estaba la Santa con tan gran contento de que se había puesto el Santísimo Sacramento en una nueva iglesia dedicada a san José, que no la había en Ávila y de haber llevado a cabo lo que el Señor tanto le había mandado, que estaba como fuera de sí. Y súbitamente, “acabado todo esto, sería como a tres o cuatro horas, me revolvió el demonio una batalla espiritual… Púsome delante si había estado mal hecho lo que había hecho, si iba contra obediencia… y que si habían de tener contento las que aquí estaban en tanta estrechez, si les había de faltar el comer, si había sido disparate…

Cosas de esta hechura me ponía juntas que no era en mi mano pensar en otra cosa, y con esto una aflicción y oscuridad y tinieblas en el alma, que yo no lo sé encarecer De que me vi así, fuime a ver el Santísimo Sacramento, aunque encomendarme a él no podía; parece que estaba en una congoja como quien está en agonía de muerte” (V 36,8).

Con la visita al Santísimo Sacramento desapareció la tentación y la Santa quedó sosegada y contenta. Volvió la alegría a su rostro. Poco duró la situación porque en la Encarnación se alborotaron las monjas ante el alboroto del pueblo y la Priora mandó a llamarla para que se volviese enseguida al convento.

La Santa volvió enseguida, no sin dejar unas instrucciones a las cuatro novicias, a las que encomendó a san José. “Bien ví que se me habían de ofrecer hartos trabajos, pero como ya quedaba hecho, muy poco se me daba ¡Qué confianza la de la Santa!. Hice oración, suplicando al Señor me favoreciese, y a mi padre san José que me trajese a su casa y ofrecíle lo que había de pasar y muy contenta se ofreciese algo en que yo padeciese por él, como los apóstoles que después de ser azotados por el Sanedrín, iban contentos de ser hallados dignos de padecer algo por el Nombre de Jesús (Act 5,41), y le pudiese servir” (V 36;11). Santa teresa ofrece sus sufrimientos a san José. La turba del pueblo intentó abatir las puertas del nuevo convento, pero no pudieron derribarlas -estaban guardadas por la imagen de la Virgen, como las de la iglesia por san José- y las monjas habían puesto en ellas algunos maderos para reforzarlas.

El Consejo de la ciudad se hizo cargo de la situación y después de varias juntas del mismo se reunió el 30 de agosto de 1562 en Junta General, a la que asistieron los hombres más distinguidos de la ciudad. El resultado de esta Junta lo describe así la Santa: unos callaban, otros condenaban, en fin concluyeron que luego se deshiciese (V 36,15) el nuevo convento.

Se levantó la voz de un joven de treinta y cuatro años, el P. Domingo Báñez, dominico, que no conocía a santa Teresa, más que por su compañero el P. Pedro Ibáñez, y solo por amor a la verdad, como él declaró, defendió a santa Teresa. Ella no había errado ni en la intención ni en los medios de fundar aquel convento y que era cosa del Obispo más que de las autoridades civiles. Con este discurso la cosa se paró y “fue dicho no lo poner luego por obra” (V 36,15), el deshacer el convento inmediatamente.  

Las negociaciones acordadas para tratar con el Obispo se tuvieron en una Junta General, el Obispo mando de su parte al Maestro Gaspar de Daza. La Santa dice que defendió el convento como si le fuese en ello la vida y la honra. En la reunión estaban los prelados de todas las congregaciones y órdenes religiosas, algunas personas graves de la ciudad y el Corregidor y algunos regidores y caballeros. Presidió el Sr. Obispo. La discusión fue acalorada. Todos estaban de acuerdo con que el convento tenía que deshacerse. Solo lo defendía el Obispo y se decidió que pasase adelante la fundación.        Eran días muy duros y penosos para la Santa. Pronto se serenó. Estando muy fatigada le dijo el Señor: ¿No sabes que soy poderoso? ¿De qué temes? Y quedé consolada (V 36,16).

El pleito duró medio año, como dice la Santa, y el convento seguía en pie porque el Provincial apoyaba a la Santa.

Uno de los motivos de ir contra el nuevo convento era porque la Santa quería fundarlo sin renta. Y después de tantas dificultades y contradicciones, estaba ya la Santa dispuesta a fundarlo con renta, cuando se le apareció san Pedro de Alcántara, que acababa de morir y cuatro días antes le había escrito una carta en la que le decía que por nada fundase con renta. Él, al que había tenido informado minuciosamente de los lances del pleito, le escribía conmovido que no temiese la persecución, porque él se holgaba grandemente de que la contradicción fuese tan grande, porque con ello aseguraba los fundamentos de la nueva fundación, que no temiese ni le turbasen nuevas inquietudes y contradicciones del mundo, que él de parte de Dios le aseguraba el triunfo de tan prolija batalla, que era señal de que el Señor se había de servir muy mucho de este monasterio, pues el demonio tanto ponía en que no se hiciese y que de ninguna manera viniese a tener renta.

De buenas a primeras todas las dificultades se habían desvanecido y el P. Provincial, a petición del Obispo, dio la licencia deseada y santa Teresa pudo volver a su casa con algunas religiosas de la Encarnación y con gran contento de las cuatro novicias. Con la licencia del P. Provincial, fechada el 22 de agosto de 1563, quedó fundado el convento de san José de Ávila, un año después de comenzado. “Fue grandísimo contento para mí el día que vinimos” (V 36,21).

Lo que sucedió en la fundación del primer convento de su Reforma, el de san José de Ávila, fue paradigma de lo que sucederá en la fundación de los restantes diez y seis que fundó. No hubo fundación en la que no abundasen las dificultades y contratiempos, especialmente en los de Sevilla y Burgos. Para santa Teresa si faltaban estos ingredientes en la fundación, no comenzaba ni iba por buen camino.

Espanta las gracias y mercedes que su Padre san José le ha derramado en su corazón y en su cuerpo y no le ha pedido cosa que no se la haya alcanzado de su Hijo. ¿Nos damos cuenta de cuántas cosas le pediría la Santa, conociendo la devoción que le profesa, la fe que tiene en él, las muchísimas necesidades y peligros porque ha pasado? No es aventurado afirmar que no hay cosa de alguna monta en su vida y en su obra de fundadora -y hay santísimas- en la que no haya acudido a su glorioso padre y señor San José, y que este no se las haya alcanzado todas, porque, aunque la petición fuera torcida, él la enderezaba para mayor bien de ella (V 6,7).

Desde esta experiencia y desde esta conciencia se explica esa llamada urgente y poderosa: solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere; y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción (V6,8).

San José es padre de Jesús por su matrimonio con María. Así lo quiso el Padre del cielo en su Decreto de salvación, que vimos más arriba. El Papa san Juan Pablo II dedica en su Redemptoris Custos un apartado de la II parte a la paternidad de san José sobre Jesús y en él encontramos afirmaciones como estas: “Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José -una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cfr. Rom 8,28s.) pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia” (RC 7).  

“Y también para la Iglesia si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José… El hijo de María es también hijo de José, en virtud del vínculo matrimonial que les une. A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo: no solo ella madre, sino también él padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne” (RC 7).

Por eso en el corazón de José derramó perfecto el amor humano, pero regenerado por el mismo Espíritu Santo. José obediente al Espíritu encontró justamente en Él la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que de aquel `varón justo´ podía esperarse según la medida del propio corazón humano” (RC 19). Lo regeneró y derramó todo lo que en un corazón humano podía caber para ser digno padre de Jesús.

Santa Teresa no solo predica el poder omnipotente de san José ante Jesús, sino que apunta la razón de este poderío universal de intercesión: San José es padre de Jesús, Jesús es hijo de José. Aunque no hace más que indicarlo en una frase, como tantas otras grandezas del Santo, es más que suficiente para ver la fuerza de la misma: es “que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre –siendo ayo – le podía mandar, así hace cuanto le pide. (V 6,6).

San José tiene nombre de padre, siendo ayo, es decir, encargado de la crianza y educación del Niño y joven Jesús, Con estas palabras la Santa declara que san José tiene todas las prerrogativas y cualidades de padre, menos la generación carnal, por eso le puede mandar. Jesús lo reconoce así y le obedece, como obedece a María, su madre. Les estaba sujeto, obediente, dice el Evangelio (Lc2,51). Sujeción y obediencia que sigue ejercitando en el cielo, mandato que continúa en la gloria, que por eso san José es ayuda y socorro en todas las necesidades. San José mandaba a Jesús como a su hijo en la tierra, como a hijo sigue mandándole en el cielo, sus peticiones son mandatos. Como dice Juan Gersón: San José no pide, manda, no ruega, ordena. Porque la petición del marido a la mujer o del padre al hijo, se considera un mandato. Texto tan citado en todos los tratadistas de san José y tan traído por los predicadores josefinos, que santa Teresa o lo leyó o lo oyó, sin duda alguna, o las dos cosas. Y es que como afirman con frecuencia los autores josefinos, en el cielo no desaparece el precepto de honrar al padre y a la madre sino más bien se cumple perfectísimamente

O esta otra razón, traída de Aristóteles, el filósofa antiguo por antonomasia: el padre, por derecho natural, tiene siempre imperio y mando sobre los hijos, de tal manera que, aunque más crezca y se aumente la dignidad del hijo, siempre es considerado inferior al padre; pues esto mismo pasa en el cielo entre Cristo y san José.

San José es padre de Jesús de una manera singular y única, su paternidad no tiene parangón. “Oh verdadero padre, dice un predicador del siglo XVII, de Cristo Señor nuestro, no solo en la opinión de los hombres, que le tuvieron por vuestro hijo, sino en el beneplácito de Dios, que tanta parte os dio en su nacimiento, no solo después que nació, dándoos que le pusieseis el nombre (lo cual es propio del padre) y fiando de vos su educación (por lo cual otros son padres de los que no engendraron), sino también antes de su nacimiento para que fuese concebido; dándoos tanta parte en la pureza de la Virgen, la cual, porque lo es, es madre suya y os debe a vos el ser lo uno y lo otro para que seáis padre como ningún otro hombre lo fue ni lo ha de ser.. En fin, no solo es hijo de José porque le pone el nombre, sino que le pone el nombre porque es hijo de José” (Diego López de Andrade en un sermón largo de san José).

San José, como padre de Jesús, condición que no se pierde en el cielo, puede seguir mandándole, aunque, como ama discretamente, lo único que hace es exponer las necesidades de sus devotos que confiados acuden a él, porque el amor tiene esas finezas. Dice san Juan de la Cruz: “el que discretamente ama no cura de pedir lo que le falta y desea, sino de representar su necesidad para que el Amado haga lo que fuere servido, como cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de Galilea, no pidiéndole directamente el vino, sino diciéndole: No tienen vino” (Jn 2,3) (CE 2,8).Y así el Señor Jesús hace en el cielo cuanto le expone su Padre y Señor san José.

4. San José, Maestro de oración

“En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas… Quien no hallare maestro que le enseña oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará el camino” (V 6,8).

Jesús da una importancia esencial a la oración en la vida del cristiano. Lo enseña de palabra y de obra. Lo vemos especialmente en el evangelio de Lucas, al que se ha llamado el evangelio de la oración y a Lucas el evangelista de la oración: Orad sin desfallecer (Lc 18,1): Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá (Lc 5,9). Jesús acostumbraba a retirarse a lugares solitarios para orar (Lc 5,16), Jesús pasaba noches enteras en oración con su Padre del cielo (Lc 6,12). ¿Vio esto en su padre José o su madre María? Nos enseña la oración del Padre nuestro, la oración del cristiano y en la que les diría todo lo que hace al caso para que nos oyese el Padre Eterno, como el que tan bien conocía su condición y solo les enseñó aquellas siete peticiones del Pater noster, en que se incluyen todas nuestras necesidades espirituales y temporales (3Sub 44,4). San José, sin duda, es el tipo, el ejemplar de las personas orantes ¿no fue su vida una oración sin desfallecer en su continuo trato con el niño y joven Jesús y con su esposa María? Porque, ¿qué es la oración sino un trato de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama? (V 8,5) No parece sino que santa Teresa ha sacado esta definición de la oración de la vida de trato de José con su Hijo y con su esposa María. Y ella misma lo confirma cuando nos dice desde su experiencia: “En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ellos” (6,8).

Las relaciones de santa Teresa con san José son un caso típico para ver hasta qué punto una devoción sincera puede llegar a convertirse en experiencia sobrenatural que lleva a penetrar en la intimidad más familiar y profunda con la persona de quien se es devota. Por esta devoción llegó santa Teresa a entrar en la comunión más íntima con san José, experimentando especialmente su paternidad, su amor y su señorío. Y desde esta experiencia grita a todas las almas que sean devotas de san José y se encomienden a este glorioso Santo, que se verán muy favorecidas y aprovechadas en la virtud.

Santa Teresa sufrió mucho con la oración por no encontrar nadie en Ávila que le entendiese por experiencia que es lo que necesitaba (V 30,1). “Ahora me parece que procuró el Señor que no hallase quien me enseñase, porque fuera imposible –me parece- perseverar diez y ocho años que pasé este trabajo y en estas grandes sequedades por no poder, como digo, discurrir. En todos estos, si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro, que tanto temía mi alma estar sin él en la oración, como si con mucha gente fuera a pelear.

Los medio letrados le hicieron mucho daño -un buen letrado nunca me engañó- lo que era pecado venial, decíanme que no era pecado, lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño, que no es mucho lo diga para aviso de otras… Creo permitió Dios por mis pecados ellos se engañasen y me engañasen a mí. Yo engañé a otras hartas con decirles lo mismo que a mí me habían dicho. Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete años, hasta que un padre dominico (el P. Vicente Barrón) gran letrado me desengañó de cosas” (V 5,3).

 No encontró maestro que le ayudase y se lamenta de ello porque yo no hallé maestro, digo confesor, que me entendiese, aunque lo busqué, en veinte años después de esto que digo, que me hizo harto daño para tornar muchas veces atrás y aún para del todo perderme, porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que tuve para ofender a Dios” (V 4,7)

Santa Teresa comenzó a tener oración desde niña sin saberlo. Así cuando pide al Señor el agua viva que el Señor ofreció a la Samaritana. “Soy muy aficionada a aquel Evangelio. Y es así, cierto que sin entender como hora este bien, desde muy niña lo era y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: Domine, da mihi aquam” (V 30,19)

También cuando se representaba los pasos de la pasión del Señor, “en especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto… Muchos años, las más noches antes que me durmiese –cuando para dormir me encomendaba a Dios- siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aún desde que no era monja, porque me dijeron que se ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era” (V 9,4).

Pero no encontrar maestro que le ayudase a vivir una vida más conforme con el querer de Dios, lleva a vivir una vida muy penosa porque no encuentra descanso pleno en Dios ni se siente satisfecha con las cosas del mundo, y el Señor tiene misericordia especial de ella. Escribe: “Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aún en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía; aún en los ojos de quien los ha visto, permite su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas; hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga (V 4,10).

 Es la oración en la que santa Teresa encuentra la fuerza y luz para no andar en tinieblas, “porque los confesores me ayudaban poco”. “Todas estas señales de tener a Dios me vinieron con la oración, y la mayor era ir envuelto en amor, porque no se me ponía delante el castigo” (V 6,4).

 “Me parecía que en esta vida no podía ser mayor (bien) que tener oración” (V 7,10). Luego nos narra que por más de un año la dejó, “pareciéndome más humildad y esta, como después diré, fue la mayor tentación que tuve, que por ella me iba a acabar de perder, que con la oración un día ofendía a Dios y tornaba otros a recogerme y apartarme más de la ocasión” (V 7,11)

 En esos más de diez y siete años “pasaba una vida trabajosisima, porque en la oración entendía más mis faltas…Dábanme gran contento todas las cosas de Dios, tenianme atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno del otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales… Pasé así muchos años, que ahora me espanta qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes” (V 7,17).

 Y “por eso aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros en sus oraciones” (V 7,20).

En esa vida, una de las más penosas que se puede imaginar porque ni yo gozaba de Dios ni traía contento con el mundo… ratos grandes de oración pocos días se pasaban sin tenerlos, sino era estar muy mala o muy ocupada… Pues para lo que he tanto contado esto es -como ya he dicho- para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro para que se entienda el gran bien que hace Dios a una alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester y cómo si en ella persevera –por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio- en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como me ha sacado a mí (V 8,2.3.4).

 De lo que yo tengo experiencia puedo decir; y es que por males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar y sin ella será muy más dificultoso” (V 8,5). La misma Santa confiesa : “Solo digo que para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí es la puerta la oración; cerrada esta, no sé cómo las hará, porque aunque quiera entrar y regalarse con un alma y regalarla no hay por dónde; que la quiere sola y limpia y con gana de recibirlas” (V 8 9) Para que vean su misericordia y el gran bien que fue para mí no haber dejado la oración y la lección” (V 8,10).

 Pasados estos más de 17 años comienza una vida nueva, otra vida. Hasta aquí era la suya, esta es la de Dios, que vive Dios en ella. Porque salir tan rápidamente de la vida que vivía de tan malas costumbres y obras (V cap. 7-8) y darse más a la oración, evitar las ocasiones, el Señor comenzó muy pronto a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas veces oración de unión que duraba mucho rato, la llevó a temer no fuese cosa del demonio, ya que se habían dado casos de mujeres y religiosas engañadas por el demonio; empezó a temer que ese gusto, deleite y suavidad que sentía fuese cosa de él, aunque por otra parte veía en mí gran seguridad de que era de Dios, en especial cuando estaba en oración, pero no desaparecía del todo ese temor. Y creció de suerte este miedo que “me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien hablar” V 23,3).

Como iba adelante este temor, porque creció la oración y las mercedes de Dios en ella y entendí que era cosa sobrenatural lo que tenía, porque algunas veces no lo podía resistir y tenerlo cuando yo quería era excusado, se determinó a tener limpia conciencia y apartarse de toda ocasión, aunque fuese de pecado venial y suplicando a Dios que me ayudase, vi que no tenía fuerza para salir con tanta perfección a solas, por algunas afecciones que tenía a cosas que, aunque de suyo no eran muy malas, bastaban para estragarlo todo ( V 23,1-5) .

Le hablaron de un clérigo letrado, el licenciado Gaspar Daza, sacerdote piadoso y culto, que más tarde ayudará mucho a la Santa en la fundación de san José de Ávila. Fue a ver a la Santa y esta le expuso con toda franqueza, como era su costumbre, la situación de su alma y de su oración. Confesarla no quiso, dijo que era muy ocupado.

El Caballero santo, Francisco de Salcedo, pariente suyo y hombre muy espiritual, le decía que no se explicaba que fuese tan imperfecta y que tuviese esas mercedes, que eso era incompatible, pues esas gracias se dan a personas que está más altas en santidad.

Para informar a los dos de lo que le pasaba encontró el libro de la Subida al monta Sión de Bernardino de Laredo que habla de la contemplación y de la oración de quietud y fue subrayando los pasajes que se referían a lo que ella sentía y experimentaba, que no podía pensar nada en esos momentos o ratos de la oración de quietud y de unión. “Pues como dí el libro y hecha relación de mi vida y pecados, lo mejor que pude por junto (que no confesión por ser seglar -el caballero santo- más bien di a entender cuán ruin era, los dos siervos de Dios miraron con gran cariad y amor lo que me convenía “ (V 23,14). Aquellos días había encomendado a muchas personas que la encomendasen a Dios, y ella con hartas oraciones, “vino a mí y díjome que a todo su parecer de entrambos, era demonio, que lo que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de Jesús… A mí me dio tanto temor y pena que no sabía qué hacerme, todo era llorar”. Pero en un libro que parece el Señor le puso en las manos leyó lo que dice san Pablo: Que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio engañados (1Cor 10,12)”. Esto me consoló muy mucho” (V 23,14-15).

 El P. Diego Cetina, jesuita, o san José por su medio, le devolvió la calma y la serenidad, al asegurarle que todo era espíritu de Dios conocidamente, le animó mucho y que por ninguna manera dejase la oración sino que se esforzara mucho, pues Dios le hacía tan particulares mercedes, que tendría culpa si no respondía a las mercedes que Dios me hacía. Estas palabras, dice la Santa: “En todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo para curar mi alma, según se imprimía en ella.” (V 23,16).

Pero no se acabaron la angustia y la incertidumbre hasta que se encontró con Fr. Pedro de Alcántara, del que ha escrito un panegírico muy laudatorio en el capítulo 26 de la Vida, el año de 1560. Vino a Ávila a negociar la fundación de un convento de frailes franciscanos en Aldea del Prado con Dña. Guiomar de Ulloa, en cuya casa se hospedó. Esta, la gran amiga de santa Teresa, pidió al P. Provincial de los carmelitas permiso para que pudiese pasar la Santa ocho días en su casa. No olvidemos que en la Encarnación no prometían clausura. Santa Teresa, compartiendo en esos ocho días de convivencia con Dña. Guiomar y con san Pedro de Alcántara, tuvo tiempo y ocasiones de charlar con él, confesarse y exponerle sin prisas el estado de su alma en la casa o en las iglesias de la ciudad.

Al exponerle la situación y estado de su alma, dice la Santa: “vi que me entendía por experiencia que era todo lo que había menester….me dio grandísima luz, porque al menos en las visiones que no eran imaginarias no podía yo entender cómo era aquello, y en las que veía con los ojos del alma tampoco entendía cómo podía ser” (V 30,4). Le consoló muchísimo cuando el santo Pedro de Alcántara le aseguró que “estuviese tan cierta que era espíritu suyo (de Dios), que si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber ni que tanto pudiese creer” (V 30,5). Doña Guiomar de Ulloa también supo de este santo: “Después de la sagrada Escritura y de lo demás que la Iglesia manda creer, no hay cosa más cierta que el espíritu de esta mujer de Dios” (BMC 2,507).

Hubome grandísima lástima: “Díjome que uno de los mayores trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía necesidad y no había en esta ciudad quien me entendiese” (V 30,6). Habló con su confesor y con el Caballero santo para que no la inquietasen.

El gozo de la Santa fue completo: “dejóme con grandísimo consuelo y contento y con que tuviese la oración con seguridad y que no dudase de que era Dios y de lo que tuviese alguna duda y por más seguridad, de todo diese parte al confesor y con esto viviese segura” (V30.7). “Con todo quedé muy consolada. No me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso Padre mío san José, que me parece le había él traído, porque era Comisario General de la Custodia de san José, a quien yo mucho me encomendaba, y a nuestra Señora” (V 30,7).

Como vemos atribuye, y con inmensa alegría, esta gracia a san José y se encomendaba mucho a él. Hay que colocar esta gracia entre las que dice en el capítulo 6, que no recuerda haberle pedido hasta ahora cosa que no se la haya concedido (V 6,6).

5. Experiencia de santa Teresa

Santa Teresa es persona de oración, si las ha habido en el mundo y aficionadísima a san José, como lo vemos en toda su vida, y no hubiera sido fiel a sus principios al recomendar a tomar a san José por maestro de oración, si no lo hubiera tomado ella, pues habla desde su propia experiencia: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho” (V 18,8). Si recomienda con tanto calor la devoción a san José, es porque ella es una grandísima devota del santo Patriarca y ha experimentado siempre su ayuda cuando ha acudido a él. Si recomienda a las personas de oración que tomen a san José por maestro de oración, para no errar el camino, es porque ella lo ha experimentado mucho como tal.

Si bien lo miramos, ¿de dónde sacó santa Teresa la definición de la oración, “que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5), sino de la contemplación de san José con su Hijo, tratando muchas veces a solas en oración con él, que sabe que le ama entrañablemente? Quien sabemos que nos ama es Jesús humanado: para ella es la Humanidad de Jesucristo -toda mi vida había sido tan devota de Cristo- por quien nos vienen todos los bienes (V 22,4.6.7), “ que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad Sacratísima, en quien su Majestad se deleita (V 226). “He visto claro que por esta puerta tenemos que entrar si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos (V 22,6), es el Libro verdadero donde he visto y aprendido las verdades (V 26,6), con quien tenemos que entablar, mantener, fomentar y cuidar al máximo la verdadera intimidad interior. Nunca debemos apartarnos de Ella. Sí, Jesús es el amigo verdadero al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo (V 22,7), compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que parece no fue en su mano apartarse un momento de nosotros (V 22,6), no le dejemos nosotros, no queramos otro camino que él (V 22,7), que en verlo cabe nosotros veremos todos los bienes (V 22,6).

¿Quién le enseña que tener oración y lección es ver verdades (V 19,11), que en la oración es donde el Señor da luz para entender verdades (F 19,13)? San José. Ante el misterio del embarazo sorprendente de su esposa María, san José ora al Señor con dolor grande y aflicción, y “si el afligido acude al Señor, este le escucha y le libra de sus angustias” y en la oración le descubrió el Señor la verdad del misterio que se había realizado en María, verdad que le revela el ángel de parte de Dios por estas palabras: “José, hijo de David, no temas tomar a María, tu mujer, en tu casa, porque lo engendrado en ella es del Espíritu santo” (Mt 1,20).

El camino de la oración debe llevarnos a vivir en compañía de Jesús. ¿Quién vivió más en compañía de Jesús que san José? De ahí la exhortación y llamada de santa Teresa: “¿Pues qué mejor que (la compañía) del mismo Maestro que enseñó la oración que vais a rezar? Representad al mismo Señor junto a vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando; y creedme, mientras pudiereis, no estéis sin tan buen amigo… ¿Pensáis que es poco un tan buen amigo al lado? Así lo miraba san José.

La Santa, convencida por la propia experiencia que la oración es tanto más auténtica y santificadora cuanto es un encuentro más íntimo con Jesús, un encuentro en el que el alma “le está hablando y regalándose con él” (V 13,!!) exhorta ardiente y amorosamente a ocuparse “en que mire que le mira y le acompañe y hable y pida y se humille y se regale con él y acuérdese que no merecía estar allí…, hace mucho provecho esta manera de oración” (V 13,22). ¿No fue esta la oración diaria de san José en su intimidad familiar con Cristo? Y esta es la oración teresiana y en la compañía e intimidad con Jesús humanado debe desarrollarse en sus diversas etapas. Acostumbrarse a enamorarse mucho de esta sacratísima Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con él… “Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos los estados y es un modo segurísimo para ir aprovechando en el primero y llegar en breve al segundo grado de oración, y para los postreros andar seguros de los peligros que el demonio puede poner” (V 12,3). Esta fue la trayectoria de su oración, de la que es Maestra insuperable (V 13,22). Por eso aconseja que, aunque se medite en otras verdades, pero es a condición de que no se deje muchas veces la Pasión y la Vida de Cristo que es de donde nos ha venido y viene todo bien (V 13,13).

La oración no consiste en pensar, discurrir y reflexionar sino en amar. Si es un trato de amistad con Jesús tiene que consistir en amar. Para aprovechar mucho en el camino de la oración “no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho, y así lo que más os despertare a amar eso haced” (4M 1,7). La sustancia de la verdadera oración es el amor. “El aprovechamiento desalma no está en pensar mucho sino en amar mucho” (F 5,1) Por eso en este camino de la oración todas las almas pueden aprovechar, porque no todas las personas son hábiles de su natural para pensar y discurrir, mas todas las almas lo son para amar. La misma Santa dice que no podía discurrir y ese fue uno de los tormentos en la oración.

De cualquier manera y en cualquier manifestación la oración es trato de amistad con Jesús, un diálogo de amor con Dios Padre en Cristo Jesús. Para que la oración sea auténtica y verdadera tiene que ser amor y, como podemos estar siempre amando, podemos estar siempre en oración. “Orad sin interrupción nos dice Jesús” (Lc 18,1). Amad sin interrupción.

Por eso dice el Beato Pablo VI que toda la vida de la Iglesia se alimenta de la oración, tosa su capacidad de santificar, de convertir y de salvar se alimenta de la oración, es decir el amor, porque el amor es lo único que llega al corazón de Dios Padre. Como dice san Juan de la Cruz “es de tanto precio el amor delante de él (Dios) que como el alma ve que su Amado nada precia y de nada se sirve fuera del amor, de aquí es que deseando ella servirle perfectamente todo lo emplea en amor puro de Dios” CE 27,8).

Y porque la oración es amor, las obras que nacen de ella son esencialmente obras de amor. El amor nunca pude estar ocioso. “Para esto es la oración, hijas mías, de esto sirve este matrimonio espiritual de que nazcan siempre obras, obras” (7M 4,5). Obras de virtudes fuertes y determinadas. La Santa insiste mucho en esto y lo explica en Fundaciones 5,3-5. Obras, sobre todo, de caridad. Como ella dice, el que se enciende en el amor en la oración, “¡qué poco descanso podrá tener si ve que es un poquito de parte para que un alma sola se aproveche y ame más a Dios, o para darle algún consuelo o para quitarle de algún peligro!” (F.5,5).

Si esto es la oración para santa Teresa, se comprende que proponga a san José como maestro en este camino de la oración. La vida de san José, su vocación, su misión, su predestinación están totalmente en la perspectiva de la compañía de Jesús y se concretan en estar siempre a su lado, en hablarle, regalarse con él, servirle, defenderle enseñarle, amarle… Toda la razón de su existencia es la vida de Jesús y para Jesús, es custodiarle, con todo lo que significa esta palabra. Su verdadero matrimonio con María fue en atención a Jesús. La vida de José tiene su razón de ser solamente en Jesús: recibirle y acogerle en el seno de su Madre, ponerle el nombre, cuidarle y velar por él, alimentarle, vivir en su compañía e intimidad. ¿Quién podrá comprender la intimidad dulce y suave, gozosa y dolorosa que vivió con Jesús? ¿Quién podrá vislumbrar los grados de trato de amistad que se desarrollaron entre ellos y con María? Es un aspecto singularísimo de la vida de san José que, desde san Bernardo, han tocado de mil maneras todos los que han escrito del santo Patriarca: los predicadores lo han predicado desde los púlpitos. Santa Teresa lo oyó, sin duda, más de una vez, “que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José, por lo bien que les ayudó en ellos” (V 6,8). El P. Gracián recoge ampliamente este aspecto de la vida de san José en su Josefina, en el libro segundo.

Si en la oración, como trato de amistad con Cristo, es un aspecto esencial escuchar la palabra de Jesús, ver verdades, san José escuchó ensimismado, muchas veces, las palabras de su hijo Jesús que le calaban hondo en el corazón. Si a los apóstoles, por ser sus amigos (Jn 15,15), Jesús les descubre sus secretos ¿qué secretos y verdades no descubriría a su Padre san José? Y ¡cómo escucharía este las palabras, llenas de vida y de espíritu de su Hijo! ¡Con que facilidad y docilidad las asimilaría, con qué amor las metería y meditaría en su corazón! ¡Qué conversaciones tendrían entre los dos!

Toda la vida de san José fue oración porque fue una vida en compañía de Jesús, de intimidad y familiaridad con él. Nadie supo más y mejor de esta oración que él, que por tanto tiempo y tan seguido trató con Jesús y con María en una comunión y comunicación auténtica y única de amistad y de amor. Tres corazones, un único amor en su máxima expresión en cada uno de ellos. Tres abismos de amor. José, como padre cuando Jesús era niño, como amigo y compañero, cundo fue mayor y aprendía de él oficio de carpintero, vivió en una intimidad singular con Él. Toda su vida fue contemplación. Toda su vida fue oración vivida. “San José -dice el P.Gracián- aprendió oración de los dos más aventajados espíritus, que jamás se pueden imaginar, que son Jesús y María; en su compañía oraba y a los mismos que mandaba como a súbditos rogaba como a Dios y Madre de Dios, que este privilegio de oración ninguno lo alcanzó”. “San José consiguió todos los fines de la contemplación, de los cuales unos santos alcanzaron unos y otros otros” (Josefina, l.v, cap.v, tit.v) Todo este capítulo quinto es una exaltación ininterrumpida y gloriosísima de san José en sus relaciones de intimidad y amor con Jesús y María. La vida de José fue una oración, una contemplación, porque escuchaba, y acogía y meditaba en su corazón las verdades que Jesús expresaba. Toda su vida fue oración vivida.

Si la oración consiste en amar a aquel de quien estamos enamorados, san José, en cuyo corazón el Espíritu Santo había derramado abismos de amor, como en el de María, su esposa, y esta es la mayor grandeza de María para santa Teresita, amaba a Jesús, a quien tenía constantemente presente, con esos abismos de amor, estaba viviendo una oración perfecta y si el corazón vive más donde ama que donde anima, san José estaba viviendo constantemente en Jesús ¿Y no es esa vida una oración continuada, sin interrupción, que sacia plenamente el corazón?

Esta enseñanza panegírica de la Madre Teresa sobre san José, Maestro de oración siempre ha sido actual y lo sigue siendo, no pierde vigencia; por eso en el Carmelo teresiano san José siempre ha sido Maestro de oración. Son incontables las almas que han encontrado en él el Maestro y guía de su camino oracional, y algunas han llegado a una verdadera experiencia sobrenatural y mística de él, como la Santa Madre Teresa.

6. Santa Teresa, evangelizadora de san José

Santa Teresa de su natural es evangelizadora. Su sed de almas que tanto predica y experimenta le lleva a la evangelización, de la que la de san José es una parte y manifestación de la misma.

Sed de almas de santa Teresa

No hay ningún texto que se refiera a esta sed de almas en su niñez que vemos juega tan fuerte papel en su vida y en su obra. El primer caso de salvar almas es el del sacerdote de Becedas, cuando ella cuenta 21 años. Fue la lástima y la compasión que le dio verle en aquella situación de pecado, lo que la movió a ganarse su voluntad por caminos de amor y buena intención (V 5).

Pero hay que tener en cuenta lo que afirma con ocasión de la visita del P. Alonso Maldonado, franciscano, que hacía poco había venido de la Indias y les hizo un sermón y fuese. “Yo quedé muy lastimada de la perdición de tantas almas que no cabía en mí. Fuime a una ermita con hartas lágrimas, suplicándole diese medio cómo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio…, y así me acaece que cuando en la vida de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen (por ser esta la inclinación que nuestro Señor me ha dado), pareciéndome que precia más una alma que por nuestra industria y oración la ganásemos, mediante su misericordia, que todos los servicios que le podamos hacer” (F 1,7)

En Vida 31,7-8 narra el caso de otro sacerdote en estado de pecado mortal, de los más abominables que yo he visto, al que prometió que haría lo que pudiese para sacarle de aquella situación. Y con su oración, y la de aquellas personas a las que le pidió que encomendasen al Señor esta intención, y con las cartas que le escribió, que con solo leerlas le libraban de la tentación, se remedió. Lo ganó para Dios “y yo, aunque miserable, hacía lo que podía con harto cuidado”.

Esta sed de almas la llevaba, sobre todo, a inculcar la oración a todo el que podía. En el capítulo 7 de la Vida encontramos estas afirmaciones. “Estando yo mala en aquellos primeros días antes que supiese valerme a mí, me daba grandísimo deseo de aprovechar a los otros, tentación muy ordinaria de los que comienzan, aunque a mí me sucedió bien. Como quería tanto a mi padre, con el bien que yo me parecía tenía con tener oración -que me parecía que en esta vida no podía ser mayor que tener oración -; y así por rodeos, como pude, comencé a procurar que él la tuviese” (V 7,10). Le dio libros para este propósito. “Aprovechó tanto en el ejercicio de la oración que en cinco o seis años estaba tan adelante que alababa mucho al Señor y dábame grandísimo consuelo.”

“No fue solo a él sino algunas otras personas las que procuré tuviesen oración… Les decía como tendrían meditación y les aprovechaba y dábales libros; porque este deseo de que otros sirviesen a Dios desde que comencé oración le tenía” (V 7,13).

Es tanto el bien de la oración por su propia experiencia que puede decir que por males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más dificultoso, y a quien no la ha comenzado le dice: “Y quien no la ha comenzado por amor del Señor le ruego que no carezca de tanto bien” (V 8,5).

 Esta sed de almas presenta un aspecto particular: es el de pedir especialmente por las personas buenas que ella conocía y trataba, para que sean mejores y más santas. “Y aunque deseo que todos le sirvan, estas personas que me contentan es con muy gran ímpetu, y así importuno mucho al Señor por ellas” (V 34,7). Es el caso del P. García de Toledo, dominico, uno de los cinco que formaban el grupo y que conoció en Toledo, cuando, mandada por el P. Provincial, fue a consolar a Dña. Luisa de la Cerda, cuyo esposo murió joven. Escribe: “Acúerdome que le dije esto después de pedirle con hartas lágrimas. Aquella alma pusiese en su servicio muy de veras, que aunque yo le tenía por bueno, no me contentaba, que le quería muy bueno; y así le dije: Señor, no me habéis de negar esta merced, mirad que es bueno este sujeto para nuestro amigo” (V 34,8). En el número 17 de este capítulo recoge de su grandísimo gozo al ver aquel alma con los tesoros que el Señor le había dado por su oración, le había escuchado el Señor.

Vuestra oración ha de ser para provecho de las almas (V 20,3); mientras más adelante está en la oración…, más acude a las necesidades de los prójimos (MC 7,8); por otra parte se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios, y si es mujer se aflige del atamiento que le hace su natural (6M 6,3). “Y dar mil vidas porque un alma os alabe un poquito más” (6M 6,4).

En la Exclamación 10 se dirige al Señor con estas palabras, pidiéndole por los pecadores: “Ya sabéis, Rey mío, lo que me atormenta verlos tan olvidados de los grandes tormentos que han de padecer para sin fin, si no se tornan a Vos. ¡Oh, los que estáis mostrados a deleites y contentos y regalos y hacer siempre vuestra voluntad, habed lástima de vosotros! Mirad que os ruega ahora el juez que os ha de condenar, y que no tenéis un momento segura la vida, ¿por qué no queréis vivir para siempre?¡Oh dureza de corazones humanos! Ablándelos vuestra inmensa piedad, mi Dios” (Ex 10,3).

Esto lo escribe después de haber tenido la visión del infierno, en la que tanto se le aumentó la sed de almas y que le parece imposible olvidársele. “”De aquí también saqué la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan y los ímpetus grandes de aprovechar almas que me parece cierto a mí que por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana… Pues ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena” (V 32,6).

Para mí el summum de la sed de almas de la Santa es cuando escribe en las séptimas moradas, después de haber experimentado el matrimonio espiritual con Jesucristo, que es manifestarle por un momento la gloria que hay en el cielo, que “lo más espantable de todo es que –viene hablando de los efectos que produce este matrimonio espiritual con Jesucristo – ahora es tan grande el deseo que tiene de servirle y que por ellas sea alabado y de aprovechar a algún alma si pudiesen, que no solo no desean morirse, mas vivir muy muchos años, padeciendo gravísimos trabajos, por si pudiesen que fuese el Señor alabado por ellos, aunque fuese en cosa muy poca, no les hace al caso el pensar en la gloria que tienen los santos; ni desean por entonces el verse en ella, su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado, en especial cuando ven que es tan ofendido y los pocos que hay que de veras miren por su honra, desasidos de todo lo demás” (7Mor 3,6).

Meditación sobre santa Teresa de la sed de la salvación de las almas

Esta prueba de las ansias de santa Teresa de salvar almas, aunque la traigo al final, es la principal. En el capítulo 1 del Camino de Perfección les dice y repite a sus monjas cuál es el fin para el cual las ha reunido el Señor en comunidad orante. Comienza por recodarles los estragos que están haciendo en la Iglesia de Jesucristo la desventurada secta de los luteranos en Francia y otros lugares. Con gran fatiga lloraba con el Señor y le suplicaba que remediase tanto mal. “Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían. Y como me vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en el servicio del Señor, y todo mi ansia era, y aun es, que pues tenía tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fuesen buenos, se determinó a hacer lo poquito que podía, que era seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que ella pudiera, y procurar que estas poquitas que están aquí (en el convento de san José de Ávila) hiciesen lo mismo, confiando en la gran misericordia de Dios que nunca falta a los que se determinan a dejarlo todo por Él, y que todas ocupadas en ración por los defendedores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado lo traen, a los que ha hecho tanto bien, que parece le quisieran tornar ahora a la cruz estos traidores y que no tuviese donde reclinar la cabeza.”

Expone brevemente el mal que les aguarda a estos traidores, ¡allá se las hayan! Aunque no me deja de quebrar el corazón ver tantas almas como se pierden, querría no ver perder más cada día, y añade:

“¡Oh hermanas mías en Cristo! Ayudadme a suplicar esto al Señor que para esto os juntó aquí: este es vuestro llamamiento; estos han de ser vuestros negocios; estos han de ser vuestros deseos; aquí vuestras lágrimas; estas vuestras peticiones” (C 1,5.      Y lo remata con estas otras palabras del capítulo 3, que es como una continuación del capítulo 1, pues lo comienza así: “Pues tornando a lo principal…, del capítulo 1.” “Y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se emplearen por esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor” (C 3,10), “y no permita el Señor esto se quite de vuestra memoria jamás, por quien su Majestad es” añade en el manuscrito del Escorial (CE 3,10).

Al mismo tiempo que enseña a sus hijas para qué las juntó el Señor en casa de san José, va desgranando sus ansias de salvar almas en este capítulo. En él insiste en hacer oración por los defendedores de la Iglesia y encontramos estas frases “¿qué va que esté yo hasta el día del juicio en el purgatorio, si por m oración se salvase una sola alma? ¡Cuanto más el provecho de muchas y el honor del Señor! (C 3,6).

“Así que os pido por amor al Señor pidáis a su Majestad nos oiga en esto. Yo, aunque miserable, lo pido a su Majestad, pues es para gloria suya y bien de la Iglesia, que aquí van mis deseos” (C 3,6).

Y en una oración que dirige al Padre en nombre de las Hermanas, concluye: “Mirad, Dios mío, mis deseos y las lágrimas con que esto os suplico y olvidad mis obras, por quien Vos sois, y habed lástima de tantas almas como se pierden, y favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la cristiandad, Señor. Dad ya luz a estas tinieblas” (C 3,9).

Insiste a las hermanas, no solo por la conversión de los pecadores, sino también para que no se marche ningún cristiano a esa desventurada secta luterana, “que lo que hemos de pedir de pedir a Dios es que en este castillito que hay ya de buenos cristianos no se nos vaya ya ninguno con los contrarios y a los capitanes de este castillo o ciudad, los haga muy aventajados en el camino del Señor, que son los predicadores y teólogos. Y pues los más están en la Religiones, que vayan muy adelante en su perfección y llamamiento” (C 3,2). Y describe ampliamente que como han de vivir en el mundo, donde no les perdonarán la menor imperfección, deben vivir su vida íntegramente. ¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para tratar con el mundo y vivir en el mundo, y tratar negocios del mundo y ser en el interior extraños al mundo y enemigos del mundo y estar como quien está en el desierto y, en fin, no ser hombres sino ángeles?” (C 3,3).

“Y para ello se necesita no poco favor de Dios sino grandísimo” (C 3,4). Y esto se consigue con la oración continuada y sin desfallecer y fervorosa. La oración de contemplación es la esencia del carisma de santa Teresa, y se debe “sobre todo a las gracias místicas que le impulsaron a renovar el Carmelo, orientándolo por completo a la oración y contemplación de las cosas divinas” (Constituciones de las carmelitas descalzas, cp.1,nº 4). Y “por exigencias del carisma teresiano la oración, la consagración, y todas las energías de una carmelita descalza han de estar orientadas hacia la salvación de las almas” (Ibídem nº 10).

Dada la actitud de santa Teresa, nuestra Madre, en ansias vivas por la salvación de las almas, todo el que quiera vivir su espíritu, debe tenerlas en muy alta consideración y estima y llevarlas a la práctica.

7. Santa Teresa evangeliza por medio de san José

La evangelización que santa Teresa nos presenta de san José y su devoción presenta varios aspectos Y comienzo por el de su propia vida, su propia experiencia josefina. Es la primera y más importante evangelización. Si detalla tan copiosamente la bondad y el poder omnímodo de san José para con ella, es para que a su ejemplo nos hagamos muy devotos de san José. ¿Por qué y para qué nos dice que tomó por abogado y señor al glorioso san José y se encomendó mucho a él? “Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma, que a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre -siendo ayo- le podía mandar , así en el cielo hace cuanto le pide” (V 6,6). ¿Quién se puede resistir a este ejemplo maravilloso de devoción a san José que no se sienta movido a ser su devoto?

Y desde esta admirable experiencia josefina vienen las llamadas explicitas a ser devotos del santo Patriarca. Y comienza con el ejemplo de las personas a las que ella ha evangelizado josefinamente, cuando ella en la Encarnación se había hecho propagandista de la devoción a san José. “Esto han visto otras algunas personas a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia, y así muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad” (V 6,6). A santa Teresa le pasa algo parecido a lo que les pasó a los apóstoles cuando tuvieron la experiencia de Jesús resucitado, que no podían no hablar de lo que habían visto y oído (Hech 4,20).

Y con grito poderoso clama: “Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios, No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan” (V 6,7).

“Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras personas… Solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción” (V 6,7).         

¡Qué lástima que no haya sido más larga en escribir más por menudo las mercedes que el Señor le hizo y a otras religiosas y personas! Aunque lo que nos dices en tan cortas palabras es muchísimo lo que predicas, Madre Teresa, sobre el glorioso san José.

En especial personas de oración -sin duda esa llamada se dirige especialmente a las carmelitas y a los carmelitas descalzos, ya que “santa Teresa presenta la vida de oración como centro al que convergen y hontanar del que brotan todos los elementos constitutivos de nuestro carisma” (Const. de los hermanos carmelitas descalzos, c,4,n.3)– siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que le ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino” (v 6,8). “La santa Madre tuvo a san José una devoción especial por su misión en el misterio de la salvación y por la protección que dispensó a la naciente Reforma, por eso nuestra Orden debe mirarle siempre como un maestro de la vida de oración y encomendarse confiadamente a su patrocinio” (Decretos… V, n. 74, p. 57).

Y sobre esta llamada a ser devotos de san José como maestro de oración basta, anteriormente lo hemos tratado ampliamente.

8. San José titular de sus fundaciones

Evangelizar a san José es también titular a once de sus diecisiete Fundaciones con el nombre de san José, porque para ella son casas de san José: la de Ávila (1562), la de Medina del Campo (1567), la de Malagón (1568), la de Toledo (1569), la de Salamanca (1570), la de Segovia (1574), la de Beas de Segura (1575, la de Sevilla (1576), la de Caravaca (1576), la de Palencia (1580), la de Burgos (1582). Con esta particularidad que a partir de la fundación de Segovia a san José asocia otros titulares. Así el título del capítulo 21 de las Fundaciones: “En que se trata de la fundación del glorioso san José del Carmen de Segovia”, el mismo título para la fundación de Sevilla en el capítulo 23. En el capítulo 22: “En que se trata de l fundación del glorioso san José del Salvador de Beas, año 1575,” Capítulo 29. “Tratase san José de nuestra Señora de la Calle de Palencia, que fue año de 1580”. Capítulo 31: “Comiénzase a tratar en este capítulo de la fundación el glorioso san José de santa Ana en la ciudad de Burgos”.

      9. Colocación de imágenes de san José y el Niño en las fachadas del convento o iglesia

Si no todas las fundaciones llevan el título san José. en ninguna falta la imagen de san José con el Niño protegiéndola y amparándola y atrayendo las miradas de cuantos se acercan al convento o iglesia. Es una prueba más de su devoción y de hacer que el santo Patriarca sea honrado y venerado, evangelizado.

En la fundación de Burgos, el médico Antonio Aguilar, amigo del P. Gracián, hace notar cómo al no encontrar una imagen de san José, hizo reparar por mano de un pintor la imagen de un santo antiguo para que representara a san José

Quiere que lo más pronto posible se ponga la imagen de san José en cada convento, son las casas de su Padre y Señor san José, por eso avisa a Diego de Ortiz, fundador del convento de Toledo, “no se descuide tanto de poner a mi Señor san José en la puerta de la iglesia” (Carta del 5-2-1571).

Sin duda, santa Teresa se convirtió en su tiempo en la mayor evangelizadora de san José en su tiempo. De ahí el dicho de la Beata Ana de san Bartolomé, su enfermera, hablando de la devoción de santa Teresa de Jesús: “esta devoción de san José plantó santa Teresa en España, que casi no lo conocían, y hora lo es tanto que no solo en sus monasterios, mas hay grandes cofradías de él y en su día tantas devociones en las iglesias y misas con música y tañido de las campanas, como el día de Pascua. Harto ayuda a España este glorioso santo” (Meditaciones sobre el camino de Cristo, p.678-79, en JULIEN URQUIZA, OCD, Obras completas de la Beata Ana de san Bartolomé, 1981, MHCI).

Y el testimonio del P. Miguel de Carranza, carmelita en el proceso de Zaragoza: “Después emprendió la fundación de otros muchos, y casi todos bajo el título y nombre del bienaventurado señor san José, el cual fue siempre devotísima y fue la ocasión grande de que por toda España se conociese y dilatase la devoción que en ella se tiene de este glorioso y bienaventurado padre legal de nuestro Redentor, Cristo, y esposo verdadero de la Santísima Virgen María, Madre suya y Señora nuestra” (Dicho de 5bde septiembre de 1595, BMC 19, 135).

No me resisto a traer aquí el testimonio de un predicador del siglo XVIII, exaltando altamente la figura de santa Teresa como evangelizadora de san José. Dice así: “Lo que más admira, lo que manifiesta el dedo de Dios, lo que basta únicamente para prueba de que Dios, si es lícito decirlo así, piensa en reparar el largo olvido que por tantos siglos estuvo sepultada la memoria de san José, es que el principal instrumento de que se ha servido el Señor para despertar la piedad de los fieles ha sido una sencilla mujer de la que hizo un portento en el orden de la gracia, constituyéndola cooperadora de sus designios para con José. Hablo, Señores, de la ilustre santa Teresa de Jesús, de quien basta decir para su mayor elogio, que desempeñó perfectamente los designios de Dios para con ella, concurriendo con todo su poder a la gloría de José.

Ved, católicos, en los dos siglos que se han seguido a esta gloriosa santa ¿cuántos templos y altares se han consagrado a Dios, bajo la advocación de José en todo el mundo?, ¿cuántas piadosas y santas Congregaciones se han erigido en honor suyo?, ¿cuántas ciudades le han consagrado votos?, ¿cuántos pueblos le han declarado su particular patrono y protector?, ¿cuántos excelentes y sabios teólogos han dedicado sus vigilias a manifestar y celebrar sus grandezas?, ¿cuántos colosos predicadores han hecho resonar en todas partes los cristianos púlpitos con sus panegíricos?, ¿cuántos fieles, finalmente, de ambos sexos, de todas edades, en todos estados desde el cetro hasta el cayado, desde la tiara hasta las más pequeñas ovejas hacen profesión de tributar los más altos respetos a la memoria de nuestro Santo?” (Pedro Díaz de Guereñu, Sermón panegírico del glorioso san José, Valencia, 1773. p. 23).

Y un escritor francés del siglo XIX, en un estudio histórico sobre el culto de san José, dejó escrito: “Los Papas encontraron un auxiliar poderoso para la propagación del culto de nuestro santo en la célebre Reformadora del Carmelo. Gersón había hecho mucho por él, Teresa hizo mil veces más por sí misma, por los religiosos de su Reforma y por las religiosas de su Carmelo. San José le es deudor, sobre todo, de su gloria sobre la tierra” (LUCOT, Saint Joseph, Ëtude historique sur son culte, Paris, 1875, p. 53.).

10. Conclusión

Santa Teresa no solo hizo ella evangelización de san José, sino que con ella estableció las bases muy firmes para que esa evangelización se continuase en campos más vastos y extensos y dilatados y con muchos más evangelizadores. Los conventos de monjas y frailes crecieron multiplicadamente y cada convento, casa de san José, es un foco de evangelización josefina. Los frailes y monjas de la Reforma de santa Teresa se han multiplicado por miles y cada carmelita, hijo o hija de santa Teresa, es un evangelizador de san José. Podemos aplicar a cada uno, monja y fraile, lo que el dominico Luis Blanes afirma de la Venerable Leonor del Santísimo Sacramento, muerta en Valencia en 1694, si no predican a san José: “No fuera, pues, dignísima hija de la gloriosa Madre, si faltase la devoción a este santísimo Patriarca que, como tesoro soberano, heredan todas las hijas de aquel abrasado serafín” (Resumpta breve de la penitente y virtuosa vida de la Ven. Leonor del Santísimo Sacramento, San José de Valencia, Valencia, 1601, p. 114).

Y entre estos religiosos y religiosas se cuentan santos beatificados y canonizados, todos ellos grandes devotos de san José, que han evangelizado y evangelizan al santo Patriarca poderosamente.

Santa Teresa nos ha dejado su vida totalmente consagrada a su devoción a san José, su Padre y Señor, a cuya devoción, como escribe el P. Gracián, su confesor, su director y confidente durante muchos años, atribuía todos los dones de naturaleza: ingenio y buena disposición, y todos los dones de gracia: muchas revelaciones, gustos, regalos, y otras dádivas, amén de sobrenaturales perfecciones, trabajos de dolores en que imita a Cristo, aflicciones de compasión con que padecía a honor de la Virgen María. “Todas estas bendiciones le vinieron por su verdadera devoción a san José, esposo de la Virgen María que siempre tuvo en su alma” (Sermones. Declamación en que se trata de la perfecta vida y virtudes heroicas de la Beata Madre Teresa y de la fundación de sus monasterios).

      Una afirmación de este calibre la hace o porque él ha visto a través del trato tan frecuente que mantiene con san José en una relación espiritual intimísima o porque la misma Santa se lo ha contado.

      Santa Teresa sigue viva en la Iglesia de Dios, como Maestra espiritual de la misma y con su vida y sus escritos, de altísima sabiduría y experiencia divina, sigue evangelizando a san José, mi Padre y Señor mío.

                                        P. Román Llamas, ocd.

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