Vida trinitaria en Santa Teresa del Niño Jesús

Cuando su padre se está muriendo, sor Teresa del Niño Jesús vive en una profunda noche oscura, no solo hay aridez en la oración, sino también la Sagrada Escritura le es árida: «Ese vasto campo nos parece un desierto árido y sin agua…, ni siquiera sabemos ya dónde estamos. En vez de la paz y de la luz, solo encontramos turbación, o, al menos, tinieblas […] A veces nos creemos abandonadas»[1].

A pesar de todo sigue creyendo que Jesús la ama, y no dejará sin recompensa el haber estado a su lado en el momento de prueba, amándolo y consolándolo. Es entonces en el corazón de la noche, cuando Jesús mismo será su consolador, hace sentir su presencia, pero en esta ocasión Teresa percibe que no está solo, que con El están el Padre y el Espíritu Santo,

«¡Qué llamada, ésta de nuestro Esposo…! ¿Cómo? Nosotras no nos atrevemos ni siquiera a mirarnos, de tan sin brillo y sin adornos como pensamos estar, y Jesús nos llama, quiere mirarnos a placer. Pero no está solo: las otras dos Personas de la Santísima Trinidad vienen con él a tomar posesión de nuestra alma… Jesús lo prometió en otro tiempo cuando estaba para subir a su Padre y nuestro Padre. Dijo, con una ternura inefable: “Si alguien me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”.

Guardar la palabra de Jesús. Esa es la única condición para nuestra felicidad, la prueba de nuestro amor a él. ¿Pero qué palabra es ésa…? Me parece que la palabra de Jesús es él mismo…, él, Jesús, el Verbo, ¡la Palabra de Dios…! […] ¡qué felicidad pensar que Dios, la Trinidad entera nos está mirando, que vive en nosotras y se complace en contemplarnos! […] Nuestro Dios, el huésped de nuestras almas, lo sabe, y por eso viene a nosotras con la intención de encontrar una morada, una tienda VACÍA […]  Lo único, pues, que tenemos que hacer es rendir nuestra alma, abandonársela a nuestro gran Dios. ¿Qué importa, entonces, que carezca de los dones que brillan a exterior, si dentro de ella resplandece el Rey de reyes con toda su gloria? ¡Qué grande tiene que ser un alma para contener a Dios…! Y, sin embargo, el alma de un niño recién nacido es para él un paraíso de delicias4. ¿Qué serán, pues, las nuestras, que han luchado y sufrido por conquistar el corazón de su Amado…?»[2]

Teresa seguirá ahondado en el misterio de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia. En un clima de ferviente intimidad, surge la poesía ¡Vivir de amor! Donde expone la dinámica trinitaria. «Vivir de amor quiere decir tener-Te, / Verbo increado, Palabra de mi Dios. Tú bien sabes, Divino Jesús, yo te amo, / y el Amor de tu Espíritu me inflama. Sé que, amándote a ti, me atraigo al Padre, / mi débil corazón se entrega a El sin reservas. ¡Oh, Trinidad, los Tres sois prisioneros de mi Amor…!»[3]  En otra poesía, dirá: «Mi Cielo, lo he encontrado en la Trinidad Santa / que reside en mi pecho, prisionera de amor»[4].  Pero este cielo no solo está en lo más profundo de su alma, sino que «está escondido en la pequeña hostia / en que Jesús, mi Esposo, se oculta por amor. / En este Hogar Divino rehago yo mi vida»[5]

Teresa, en el retiro precedente a su profesión, había pedido a Jesús que le «concediera alcanzar la cumbre de la montaña del amor»[6] Le será concedida esta petición cinco años más tarde en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1895. Durante la Eucaristía comprende «más que nunca cuánto desea Jesús ser amado»[7]. Ella se pregunta cómo puede amar más a Jesús y piensa en ofrecerse como víctima para acoger su amor misericordioso. Pero Jesús no se deja vencer en generosidad, no retiene para sí el amor de Teresa, sino que Él la introduce en la vida intratrinitaria, para que ella en Él ame al Padre por medio de su Espíritu Santo. Por ello Teresa en vez de renovar la ofrenda que hizo a Jesús en el día de su primera comunión, «Te amo y me entrego a ti para siempre» (Ms A 35r), el Espíritu Santo la moverá a ofrecerse a la Trinidad Santa.

«¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar, y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando a las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. […]  yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío…»[8]

Queriendo Dios Trinidad mostrarle a Teresa que había aceptado su Ofrenda el viernes siguiente, «Comenzaba a hacer el viacrucis cuando de pronto me sentí presa de un amor tan intenso hacia Dios, que no lo puedo explicar sino diciendo que era como si me hubiesen metido toda entera en el fuego. ¡Qué fuego aquél y al mismo tiempo qué dulzura! Me abrasaba de amor, y sentía que un minuto, un segundo más, y no hubiese podido soportar aquel ardor sin morir»[9]. A partir de entonces, participará de forma extraordinariamente intensa, no solo de la dimensión filial de Jesús hacia el Padre, de amarle con todo su ser, sino también del deseo ardiente de que el Padre sea amado por toda la humanidad.


[1] Cta 165 1r-v. A Celina, 7.7.1894.

[2] Cta 165, 7 de julio de 1894, A Celina.

[3] Po 17, 2. ¡Vivir de Amor!

[4][4] Po 32, 5.  ¡Mi cielo para mí!

[5] Po 32, 3. ¡Mi cielo para mí! 

[6] Cta 112 v. A sor Inés de Jesús, 1.9.1890.

[7] Ms A 84r.

[8] Or.6. Ofrenda al Amor Misericordioso

[9] CA 7.7.2.

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