San José, parte esencial del Carisma del Carmelo Teresiano

No es porque fuera muy devota santa Teresa de Jesús de san José que sus hijos e hijas deben serlo. Ella era devota de muchos santos, y no por ello existe una obligación de encomendarse a todos los santos a los que ella se encomendaba. Sólo cabe recordar los santos de su particular devoción, eran al menos veintisiete, entre ellos el rey David, san Hilarión, santa Úrsula, santa María Egipciaca[1]. Ni tampoco se debe ser devoto de san José porque concede muchas gracias o por agradecimiento a las que concedió a la santa madre Teresa.

El hijo e hija de santa Teresa de Jesús, debe ser devoto de san José porque ésta es la voluntad del Señor. Forma parte esencial del carisma. El Señor, al mandarle fundar el primer monasterio de la descalcez, le dice: «que se llamase San José, y que a la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor» (V 32,11). Como se ha visto, poner a María y José en igualdad de condición es un enriquecimiento particular al modo de vivir hasta entonces el carisma de la Orden del Carmen.

Es el Señor el que quiere que en los conventos que han nacido de la obra fundacional de santa Teresa de Jesús, se reproduzca la vida de Nazaret. Al encomendar con toda confianza todas las necesidades a la Virgen María y a san José, surja en los que las reciben sentimientos de agradecimiento, de modo que puedan participar del mismo agradecimiento que Jesús tenía a la Virgen María y a san José. De este modo nuestro agradecimiento se unirá al suyo y, El en nosotros, podrá retornar amor y agradecimiento a la Virgen María y a san José, por lo mucho que le ayudaron en su vida terrena y, después de ella en su obra de Redención, en particular por su protección poderosa en bien de la Iglesia y su maternidad y paternidad espiritual sobre sus discípulos. Como afirmaba el P. Miguel de San Agustín: «la Orden del Carmen ha recibido la misión de continuar en la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, el amor de Jesús hacia su Madre»[2]. Y análogamente podemos afirmar, que el Carmelo teresiano ha recibido la misión de continuar en la Iglesia el amor de Jesús hacia su Madre y hacia el Patriarca san José.

Nos podemos preguntar ante esta misión que el Señor ha encomendado al Carmelo Descalzo, y a cada uno de sus miembros, ¿qué hacer? Glosando las palabras del Evangelio: «Lo que Dios espera de vosotros es que creáis» (Jn 6,29). Para creer experiencialmente en la bondad de san José y poderla comunicar en la Iglesia, en primer lugar como el hijo mayor «todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), se debe tener conciencia de que es un patrimonio que le pertenece como carmelita descalzo por derecho de herencia. O sea, la devoción a san José es parte integrante del carisma, que se recibe junto con el llamamiento.

El carmelita descalzo que aún no tiene devoción a san José, sólo debe pedir a Dios que le conceda el don de poderlo invocar con fe y amor y le será concedido. Luego sólo tiene que invocar a san José y pedirle gracias según la voluntad de Dios, que éstas le serán concedidas, con plena confianza, como se nos pide en el libro de Habacuc: «Aunque tarde, espérala; porque ciertamente vendrá» (Hb 2,3). Con el convencimiento sacado de la experiencia de la madre Teresa: «Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío» (V 6, 7).

Ciertamente, el/la carmelita, puede decir como la madre Teresa: «aunque publico serle devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado» (V 6,8). Sin embargo, por ello no debe desesperanzarse, ya que ella misma nos dirá por experiencia: «No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan» (V 6, 7). Si le realizamos a san José el servicio de contagiar la devoción a otras personas para que se encomienden a él, de cierto que él nos alcanzará gracia para que crezcamos en todo tipo de virtudes. Ya que él, siendo bueno y poderoso ante Dios, sólo desea que haya quien se le encomiende para hacerle favores.

Como  hacía la madre Teresa, que ante las necesidades hacía rezar a sus monjas a san José, por ello debemos promover que sean devotos del Santo Patriarca nuestros propios hermanos o hermanas de comunidad, ya que si lo son, y juntos invocamos la ayuda de san José, ésta será mayormente concedida. De este modo cumpliremos el mandato del Señor (V 32,11) de encomendar a la Virgen María y a san José todas las necesidades de la comunidad y de la Orden. Si pedimos gracias a san José en bien de la Orden, debemos disponernos a colaborar en su realización, como lo hizo la madre Teresa. Ella no sólo invocó a san José, sino que se puso a trabajar, primero en fundar el monasterio de san José de Ávila, y luego en fundar tantos monasterios como le fuera posible. Mientras llevaba a término la obra fundacional, recibía de forma constante la ayuda de san José.

Aquél que ha recibido tantos dones del Señor por medio de san José, para que no reciba la reprensión de la Escritura: «no sea tu mano abierta para recibir, y cerrada para dar» (Si 31, 4), además de procurar encarnar sus virtudes, el/la carmelita se debe preguntar: ¿qué puedo hacer más por san José? Lo que puede hacer es asumir como suyas las misiones que la Iglesia le ha encomendado al Santo Patriarca. Orar y ofrecer sacrificios y/o trabajar apostólicamente por el bien de la Iglesia universal de la que es Patrono, en particular suplicando que se vea libre de todo error y corrupción y de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad[3]; por los seminaristas y sus formadores; por los huérfanos; por los trabajadores y los pequeños empresarios, para que exista justicia y progreso. A su vez, además de exigir un trabajo bien hecho a los trabajadores, que están al servicio de la comunidad, debe cuidar que se les pague con justicia y equidad y tengan unas condiciones laborales dignas.

El carmelita, como miembro del Carmelo teresiano, participa de la misión que el Señor le ha dado, propagar el amor y la devoción a san José en la Iglesia. Debe hacerlo con abnegación, con persuasión, oportunamente, a semejanza de santa Teresa de Jesús.

La beata Ana de San Bartolomé, pocos años después de la muerte de la santa madre afirmará: «Y esta devoción a san José plantó la Santa en España que casi no la conocían, y ahora lo es tanto, que no solo en sus monasterios, más hay grandes cofradías de él y en su día tantas devociones en las iglesias y misas con música y tañido de las campanas, como el día de Pascua. Harto ayuda a España este glorioso santo»[4].

Después de más de 450 años, de irradiación josefina, recordará Román Llamas: «San José de Ávila, la casa de san José, es la estrella luminosa que ha irradiado e irradia poderosos resplandores de devoción y amor a san José. Desde ella san José ha entrado luminoso y seguro en miles de corazones y en centenares de casas y comunidades. La estrella luminosa josefina de San José de Ávila ha encendido en el cielo de la Iglesia muchas estrellas de devoción y amor al santo Patriarca, y sigue y seguirá alumbrándolas»[5].

Estamos llamados a estar a la altura de la herencia teresiana y continuarla en bien de la Iglesia, de modo que lo que recuerda Lucot, se perpetúe: «Los papas encontraron un auxiliar poderoso para la propagación del culto de nuestro santo en la célebre reformadora del Carmelo. Gersón había hecho mucho por él, Teresa hizo mil veces más por sí misma, por los religiosos de su Reforma, y por las religiosas de su Carmelo. San José le es deudor, sobre todo de su gloria sobre la tierra» [6].


[1] El P. Ribera en Vida de la Madre Teresa de Jesús, nos dice que en su Breviario traía una lista de aquellos a quien tenía más particular devoción. Esta lista está recogida en Santa Teresa de Jesús, Obras Completas, Ed. de Espiritualidad 211976, 2151.

[2] Ludovico Saggi “Santa María del Monte Carmelo” en  Santos del Carmelo, L. Carmelitana, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1972, 165-166.

[3] Estas son algunas de las peticiones que León XIII realizó  en su oración a San José.

[4] Julen Urkiza, Obras completas de la Beata Ana de san Bartolomé, Roma 1981, 678-679.

[5] Román Llamas, San José, Fundador y Padre del Carmelo Teresiano, Ed. Arca de la Alianza, Madrid 2011. 70.

[6] Lucot, Saint Joseph, Ètude historique sur son culte, Paris 1875, 53. Ibid., 71.

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